domingo, 23 de noviembre de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO. TIMPU, CAPITAL DE BUTÁN

El Aeropuerto Internacional de Paro está un tiro de piedra de la ciudad, yo diría que más cerca del centro que cualquiera de los hoteles en los que nos hemos alojado en distintas ciudades. Rodeado de montañas, el edificio del aeropuerto es una construcción similar a las casas que se ven diseminadas por el paisaje, casas de prismas, simples o superpuestos, con ventanas o balconadas perfiladas con madera decorada y tejados, a dos o cuatro aguas, en su mayoría verdes.

Los aviones posados llaman la atención por su uniformidad son todos de la aerolínea de Bután, luciendo la bandera del país en la cola. Caminamos por la pista hasta el edificio donde, como en Delhi, tenemos que pasar el control de inmigración, pero con un tono mucho más amable.

A la salida una imagen con una ofrenda en la mano, nos recuerda que estamos en un país budista. Mientras nos colocan una estola blanca en señal de bienvenida, conocemos a nuestros nuevos compañeros de viaje para el resto de nuestra estancia: Pema, el guía; Karma, el auxiliar; el conductor, un tipo encantador del que nunca sabremos el nombre; y el minibús Toyota blanco y azul.

Tras acomodar nuestro equipaje en el vehículo, nos llevan a un coqueto café a tomar un refrigerio, luego emprendemos la marcha hasta nuestro hotel de la primera noche, que será en Timpu, la capital del país (teniendo en cuenta que el nombre de la ciudad es una transcripción fonética, se puede encontrar escrito de diferentes formas: Timpu, Thimpu, Thimphu, Timbu…). Aunque es media tarde, hacemos el viaje de noche, muchas curvas y poco tráfico. Nos llaman la atención unos postes que jalonan la carretera, con escasa distancia entre ellos, a lo largo de todo el trayecto, pienso si tendrán que ver con que sea carretera de montaña, pero hay algo que me hace intuir que no es por eso, preguntamos y nos dicen que son mástiles para poner banderas.

Nuestro hotel está a las afueras de la ciudad, en una colina. El horario de la cena será estándar todos los días y fácil de recordar porque coincide con el de los desayunos: de 7:00 a 9:00 (póngase de la tarde o de la mañana según el caso). Acordamos salir por la ciudad después de cenar, tenemos que pedir varios taxis.


 La plaza donde nos dejan está bellamente iluminada, es un espacio sereno y solitario, decidimos acercarnos al río, encontramos gente trabajando en la construcción de una estructura alrededor de un buda. Luego nos contarían que andaban apurados por la próxima celebración (en noviembre) del Festival Mundial de Oración por la Paz, que iba a reunir a líderes budistas de muchas partes del mundo. Vimos muchos preparativos de este evento.

En nuestro camino por la capital, menos dormida de lo que sospechábamos, nos cruzamos con un karaoke. Terminamos allí nuestro recorrido, en una hermanamiento musical con un grupo de indios que ya estaban dentro cuando llegamos.

La mañana nos recibe nublada, desde la habitación del hotel podemos contemplar el paisaje rural que predomina en la parte del país que veremos. Pasamos por un edificio en construcción, nos sorprenden los andamios de caña de bambú ensamblados con cuerdas.



Nuestra primera visita es al gran Buda Dordenma, un estatua sedente de bronce dorado de más de 50 m de altura, que se hizo para celebrar el 60 aniversario del cuarto rey. Elevado sobre Timpu, desde la explanada que lo rodea, podemos ver montañas y bosque. Este espacio, que seguramente está pensado como un sitio de paso y para aumentar la grandiosidad visual de la estatua, hoy es un hervidero de actividad. Aquí también trabajan en los preparativos del Festival ya que va a ser el centro neurálgico de la celebración:, por allí terminan una edificación, aquí ultiman una colorida estupa 
temporal, en un techado aguardan unas estatuas que permitirán a la gente corriente identificarse con ellas, monjes de acá para allá en actividades varias, ofrendas almacenadas listas para ser repartidas…




   

En el interior pasamos por unas estancias donde se guardan miles de representaciones de Buda. Pema nos va contando historias de algunas, mi vista se satura de tanto dorado y se distrae con detalles de la decoración de arcos y columnas. Entramos al templo, los monjes, vestidos de rojo, sentados en filas paralelas entre lo que nosotros llamaríamos altar (donde están las estatuas) y el lugar donde se sienta la autoridad religiosa (enfrente), recitan mantras, que, según nos dice el guía, ni él entiende, porque utilizan una versión antigua del idioma.

Mientras paseamos entre los budas, bodhisattvas y demás figuras religiosas, llegan al templo un numeroso grupo de monjes vestidos de naranja (tailandeses), junto con otros de gris que resultan ser monjas. Aunque el Festival no comienza hasta dentro de unos días, ya van llegando algunos participantes.


Después de un lugar tan  monumental llegamos a otro más modesto, pero quizá mas reconocido por el pueblo como lugar de oración: el Memorial Chörten, una estupa en honor del tercer rey, de estilo tibetano (por eso se llama chörten y no estupa). En los jardines hay gran afluencia de butaneses, nos unimos a ellos rodeándolo en el sentido de las agujas del reloj. Algunos hacen girar las ruedas de plegaria y otros están tranquilamente sentados, rezando con sus rosarios, charlando o dormitando. Al parecer, es un lugar de encuentro y espera de los abuelos hasta la hora de recoger a los nietos que salen del colegio. El interior tiene varios pisos que recorrimos viendo las pinturas y estatuas que alberga. 

La fortaleza (dzong) de Timpu es el centro administrativo del país, el lugar de trabajo del rey (el actual es el quinto), a dos pasos de su casa. La fotografiamos desde lejos.



Es curioso que, con unos 100.000 habitantes, la ciudad más poblada del país, está rodeada tan de cerca de naturaleza (montes, bosques, campos de arroz) que da la sensación de ser un pueblo grande.

Visitamos un mercado, lo que más me llama la atención es el queso desecado, lo preparan en porciones y lo toman como caramelos, se lo meten en la boca y lo van ablandando a base de chuparlo. Me quedo con ganas de probarlo, no me atrevo a comprarlo el primer día y perfumar de olor a queso el autobús. Al salir del mercado ponemos rumbo a Punakha, nuestro segundo lugar de pernocta, pero aún queda mucho día. 




Paramos a comer en el Paso de Dochula, un puerto de montaña a unos 3100 m de altitud. En días despejados, se ven picos nevados del Himalaya, entre ellos el pico más alto de Bután (7158 m), pero no tenemos suerte, las nubes nos impiden verlo. Aparte del lugar para comer y las vistas, el sitio es famoso porque la esposa del cuarto rey hizo construir 108 estupas en memoria de los muertos en la batalla contra los insurgentes de Assam (India) en 2003. 108 es un número sagrado para ellos, 108 son también las cuentas del rosario budista. También 
hay un templo hecho para celebrar los 100 años de la monarquía de Bután y en honor del cuarto rey.


Las banderas memoriales y de oración y las estupas-ofrenda jalonan la carretera de montaña. Las carreteras que transitamos deberían tener la consideración de carreteras nacionales ya que unen ciudades principales, todas son de un carril por sentido y sin arcén. La velocidad máxima permitida es de 50 km por hora para vehículos ligeros y para los pesados, como nuestro autobusito, de 35 km por hora. Así, el trayecto Timpu- Punakha, que son 75 km se convierte en un viaje de más de dos horas.


Por la tarde, ya cerca de Punakha, visitamos un monasterio de monjas (monasterio de Wolakha), con gran regocijo de las más jóvenes, aunque no intercambiamos más allá de gestos de saludo y sonrisas, la curiosidad es recíproca. El lugar, situado en alto, tiene unas vistas preciosas sobre el valle.




 De nuevo nuestro hotel queda alejado de la ciudad, nuestra habitación tiene una terraza que se asoma al caudaloso río Sankosh. Después de la cena, nos atrevemos a caminar un rato por la carretera oscura hasta ver la fortaleza iluminada que visitaremos mañana.













jueves, 20 de noviembre de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO: COSAS QUE HE APRENDIDO

El relato de mis andanzas por Bután se va a retrasar. Aunque las fotos me ayudan mucho no escribí nada durante el viaje, así que tengo que tirar de recuerdos y elaborar un texto desde cero, en el tiempo libre que me dejan mi trabajo, mis obligaciones y otras actividades.

Sé que mi público es poco numeroso, pero muy agradecido; una amiga me ha llegado a decir que se ha enganchado al blog y que espera cada entrega ¡Qué responsabilidad! Así que, mientras llega el texto principal, me atrevo con este complemento, más ligero pero muy personal, para teneros entretenidos.



Lo que cuento son curiosidades, que gente más viajada que yo seguro que conoce,  y otras, que carecen de importancia, pero me hicieron gracia:

- Hay países que tienen una diferencia horaria de 15 minutos con sus vecinos: la diferencia en invierno entre España e India son 4h y 30’, con Nepal 4h y 45’ y con Bután 5h. Así que Nepal difiere un cuarto de hora de más con India y un cuarto de hora de menos con Bután. Ninguno de los tres países cambia la hora en verano.


- Hay países donde los coches tienen el volante a la izquierda y conducen por la derecha, en otros el volante está a la derecha y conducen por la izquierda. En India tienen el volante a la derecha, pero conducen por todas partes, buscando los huecos, y el claxon es un elemento imprescindible de aviso que no agrede a nadie, salvo a los oídos.

- En Bután también tienen el volante a la derecha, pero conducen ordenadamente. Es fácil cuando los coches no son muy numerosos. No hay semáforos. En las carreteras hay recordatorios, en inglés y dzhongka, grabados en piedra, para que la conducción sea respetuosa y amena, algunos riman: 

    After whisky, driving is risky” o “for safe arriving no liquor in driving” (como nuestro “si bebes no conduzcas”).

    La vida es un viaje, complétalo.

    Si conduces precavido, llegarás a tu destino.

    Speed thrills, but kills” (la velocidad emociona, pero mata).

    Be gentle on my curves” (sé amable con mis curvas, en carreteras de montaña).

    Avisa de tus maniobras para que no sorprendas a los demás conductores.

    …


- El idioma oficial de Bután es el dzhongka y, aunque intenté memorizar algunas palabras, la única que realmente aprendí y usé fue kuzuzangpola
(hola). En la escuela todos aprenden inglés. Como ocurre en todos los lugares montañosos, cada valle tiene su propia lengua. 

- El gobierno beca a los estudiantes que van a estudiar al extranjero con el dinero que obtiene de la tasa turística.

- Los demonios no están fuera, están dentro, los tres principales son la ignorancia (el origen de todos), el apego (codicia) y la aversión (odio). 

- Según mi año de nacimiento, en la astrología butanesa, que es muy parecida a la china, soy dragón de madera y mi número es el ocho.

- Cuando hablo sola y me digo “soy tonta”, debería decirme: “soy humana y cometo errores porque es humano cometerlos”.

Por supuesto aprendí nombres de sitios y leyendas y costumbres, que espero plasmar en otras entradas.

Fotos:

1. Máscara de Changchugma en el Museo Nacional de Bután.

2. Tráfico en Delhi

3. Texto en dzhongka e inglés expuesto en el Museo Nacional de Bután.

Traducción”No hay fuego como la pasión, ningún crimen como el odio, ningun dolor como la separación, ninguna enfermedad como el hambre y ninguna alegría como la alegría de la libertad”.

domingo, 16 de noviembre de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO. DESTINO BUTÁN

Nos hemos despedido de Delhi. Han sido días intensos, sólo han sido tres, pero han parecido más. Muchos estímulos, lugares diferentes y usos diferentes y encuentros progresivos con los compañeros de viaje. 

Vamos a pasar de un lugar caótico, ruidoso, sucio, desigual, espiritual, interesado, servicial, servil, urbano, contaminado, atractivo, multicolor, multicultural… a otro donde las expectativas son naturaleza, tranquilidad, amabilidad, silencio…

El vuelo nos guarda una sorpresa anunciada, la posibilidad de ver el Himalaya desde lo alto. Es de agradecer que la agencia se haya ocupado de elegirnos asientos en ventanilla y en el lado de las vistas, por eso vamos separados, en fila, de tal forma que puedo dedicarme a la contemplación y a la escritura.

Mientras nos dan de comer, superamos la capa de contaminación de Delhi y se abre el cielo azul sobre nosotros.

Hemos desayunado a las 6:30, tomado un café a las 9:00 y comemos a las 12:00, hora de Delhi, en España son cuatro horas y media antes ¿hará su aparición el yet lag? Por suerte, mi organismo lo aguanta todo.


Después de comer me pongo a escribir y me doy cuenta de que empiezan a verse picos y nieve. Vamos en un corredor, bajo el avión una capa densa ¿nubes?, ¿niebla?, ¿contaminación? Y por encima más nubes y cielo, pero paralelo a nosotros, en el horizonte diáfano, donde se unen nuestro suelo y nuestro cielo algodonoso. Nos acompaña La Cordillera. 


No reconozco nada, está lejos, pero lo intuyo inmenso. Intento fijarlo en fotos, luego trataré de reconocer* si alguno de los picos lleva alguno de los nombres que me aprendí apenas llegada a mi adolescencia: los 14 ochomiles. Están ahí cerca, aunque ya no estén a mi alcance.

Aterrizamos en Katmandú, me sorprenden las grandes dimensiones de la población, los edificios altos, los colores. 

No salimos del avión, entran otros viajeros hacia Bután. A mi lado se sienta otra mujer que también escribe.

El viaje va acompañando las expectativas. Por desgracia, internet y otras moderneces dejan poco lugar a las sorpresas verdaderas, pero descubro que mi capacidad de asombro, que creía perdida, sigue conmigo. Espero que los días que quedan la activen aún más.

Despegamos de Katmandú y de nuevo la cadena montañosa luce a nuestra izquierda, al poco, el avión queda envuelto en nubes, y, al superarlas, muy pocos agujeros dejan a la vista algún retazo de montaña, con ríos de nieve. Espectaculares de todas formas.


Volveremos por el mismo camino, habrá una segunda oportunidad.


* En la revista del avión hay una reseña de los picos visibles, con las fotos mucho más nítidas y más ampliadas. 

Se supone que se ven los siguientes montes, por orden de aparición:

Annapurna (8.000 m), Dhaulagiri (8.167 m) y Manaslu (8.163 m) entre Delhi y Katmandú.

Entre Katmandú y Paro:

Everest (8.586m), Lothse (8.516m) y Nuptse (7.861 m) en un mismo macizo. Y un poco más a la derecha el Makalu (8.475 m)

Un poco más tarde aparece el Kanchenjunga (8.586m)

Y por último el Jomolhari (7.326m), del que yo no había oído hablar, pero es la segunda montaña más alta de Bután.




sábado, 15 de noviembre de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO. TRES DÍAS EN DELHI



Aterrizamos en Delhi, pasamos el amenazante kiosko de inmigración, donde miran con lupa tus documentos y te fichan cual presunta sospechosa (te toman una foto y huellas dactilares de casi todos los dedos) y recuperamos nuestras maletas con una facilidad que achaqué a haber llegado de madrugada. Hablo en plural, porque desde que bajamos del avión, Jesús, el compañero del grupo que viajaba en el mismo vuelo, y yo, unimos nuestro destino inmediato.

En la puerta de llegadas nos esperaba Ravinder, que portaba el logo de nuestra agencia y hablaba suficiente español como para sentirnos bien recibidos. Nuestra sonrisa fue casi carcajada cuando nos colocaron sendas guirnaldas de olorosas flores al cuello en el parking del aeropuerto antes de subir al taxi que nos llevaría al hotel.

Por suerte, nuestros intereses para el día siguiente coincidían, habíamos descartado los lugares que estaba previsto visitar con la agencia y el primer lugar de los restantes lo ocupaba el mismo monumento. 

Por la mañana teníamos que cambiar algo de dinero en rupias y reubicarnos cada uno en su habitación, pues pensando que serían menos horas, habíamos convenido en compartir una para asearnos, descansar algo y poder dejar las maletas.

Esta es la primera foto que hice en la calle
Aunque no estábamos oficialmente en nuestro circuito, el coordinador de la agencia, Dani, que ya estaba también en el hotel, se ofreció a quedar con nosotros  para tomar un café y darnos algunas indicaciones prácticas. Antes fuimos a dar una vuelta por los alrededores, paseamos por una zona residencial donde por la noche cierran las calles a la circulación, por parques donde los juegos infantiles se mezclan con la basura, vimos un templo de fachada multicolor, una familia de monos cruzando la calle, autobuses tocando el claxon junto a una señal de tráfico prohibiendo que se usara, donde esperábamos encontrar un barrio-mercado encontramos una obra que ocupaba una superficie enorme y encontramos un mercadillo de ropa que no nos llamó especialmente la atención, salvo los numerosos espontáneos queriendo vendernos auriculares inalámbricos de Apple.

Un trabajador del hotel nos acompañó a una oficina de cambio, nunca hubiéramos sospechado que podía estar en aquel barrio de casi chabolas. Dani nos recomendó movernos en Uber con el precio prefijado y pagado con tarjeta para evitar un habitual “no tengo cambio”. También nos orientó sobre dónde podíamos comer cerca del Templo del Loto, que era nuestro objetivo. Encontramos un restaurante de comida local con posibilidad de probar platos poco o nada picantes.  Nuestra habilidad para leer planos no nos sirvió de nada, quisimos hacer una línea recta que veíamos clarísima atravesando un parque para acortar el camino que indicaba Google Maps y topamos con una valla que nos hizo dar un rodeo aún más grande. Hicimos cola para entrar, aunque avanzaba ligera. Había algún occidental, pero sobre todo eran indios, que supusimos turistas de fuera de Delhi. 

Fue el primer lugar donde cumplir con el ritual de descalzarnos, que repetiríamos tantas veces a lo largo del viaje. En este caso, nos dieron unas bolsas de rafia para acarrearlos durante la visita. El bullicio exterior contrastaba con el silencio interior, donde devotos vigilantes velaban por abortar cualquier conversación, aunque fuera en tono de susurro. A pesar del silencio impuesto, no me resultó un lugar de recogimiento, demasiado frío (aunque en una estructura de madera, hasta los bancos eran de mármol blanco), la arquitectura, impresionante, también ejercía de distractor.

Aquí aprendimos una regla que también se repetiría en todos los templos de India y Bután, donde entras descalzo, no puedes hacer fotos. Lejos de ser un inconveniente, me parece una medida acertada.



Cerca de este templo hay uno de los Hare Krishna (Iskcon), que contrastaba por el colorido y el jaleo de música instrumental y cánticos. Al 
salir, un barrio plagado de tiendas y puestos, nos invitó a pasear. Cenamos con Dani en una terraza al aire libre en lo alto de un edificio de tres plantas dedicado por entero a bar de copas y zona de baile. A los pies del edificio se intuía un gran parque que mitigaba el denso aire de la contaminación.

Foto: Yanina

El día siguiente fue día de encuentros, el grupo se fue conformando. Algunos habían llegado de madrugada y se unieron a una nueva jornada de visitas turísticas desde por la mañana.


La Puerta de la India, un gran arco de triunfo del que solo destacaría su tamaño, y la delicadamente hermosa tumba de Humayun y sus jardines nos ocuparon hasta la hora de comer. 




Caminamos hasta hartarnos, porque las distancias no son pequeñas y algunos tramos no estaban muy preparados para los peatones. A la hora de comer no parecíamos estar a mano de ningún sitio apetecible. Acabamos comiendo en un restaurante americano de comida internacional. A la salida vino a nuestro encuentro Inma, la otra madrileña del grupo y volvimos a caminar hasta un parque cercano (Lodhi) con bellas construcciones que también teníamos en nuestra lista de visitas, y recogimos a Ana, la última incorporación del día. Se nos hizo de noche, así que volvimos al hotel a descansar un rato y a prepararnos para ir a cenar a una animada plaza llena de gente, coches y motos, donde la oferta culinaria era variada. Esta vez sí elegimos comida local.

Ya estábamos casi todos reunidos, faltaban las maletas de Leo y Carlos, que llegaban con retraso por culpa de una escala demasiado corta y nos faltaban Albert, que se había quedado bloqueado en Estambul, y Bego, que se había adelantado para visitar otros lugares de India y no llegaba hasta el día siguiente.


El último día fue la visita guiada por un indio que chapurreaba español y tenía un trancazo curioso que le servía para desviar la atención con un ataque de tos cuando no sabía contar algo; por la tarde tenía fiebre, no era fingido. Fue otro día intenso, empezamos por la gran mezquita Jama Masjid, donde no solo tuvimos que descalzarnos, sino también tuvimos que ponernos unas batas las chicas y los chicos en pantalón corto tuvieron que envolverse en una tela que ejercía de falda hasta los pies. Un lugar imponente en blanco y rojo. Al salir, nos llevaron por las estrechas y coloridas calles de Chandni Chowk en rickshaw (paréntesis para el debate  sobre este medio de  transporte)  con una parada en el callejón de las nueve casas con puertas ricamente decoradas. 
El contrapunto lo puso la visita siguiente,  el memorial de Gandhi, lugar espacioso, solemne y apacible.


Pasamos por el gran aljibe escalonado del siglo X (Ugrasen ki Baoli) para acabar la mañana en el gran templo sij (Gurdwara Bangla Sahib) donde terminaron con todos mis reparos a ir descalza por cualquier superficie. Hasta metí los pies en el gran estanque de aguas supuestamente curativas. Las cocinas y la organización para dar de comer a todo el que llega resultan espectaculares.




Por la tarde fuimos al Qutub minar, el minarete de ladrillo más alto del mundo, un lugar de una particular belleza a la hora del atardecer entre las ruinas que lo acompañan.






 

Cerramos el día cenando en un extraño restaurante, decorado con frescos de estilo occidental y ya preparado para Halloween, aunque la comida era asiática. Los camareros tuvieron un comportamiento extraño, supongo que fruto de la incomprensión mutua: tomaron nota de la comanda solo a la mitad de la mesa, nos dimos cuenta cuando en un extremo aún no habíamos pedido y empezamos a ver que traían platos por la otra punta. 

Al día siguiente volamos a Bután y eso será otro capítulo.

Esto es sólo un pasar por la superficie del viaje. Si me detengo a escribir las impresiones de cada momento, los matices, la variedad de estímulos sensoriales, la belleza de algunos lugares, la sorpresa que suponían para mí, daría más para un libro que para una entrada de un blog.




lunes, 10 de noviembre de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO. VOLANDO A DELHI

Mi afición montañera había dirigido mi mirada al Himalaya en mi adolescencia. El paso del tiempo la desplazó a otros destinos más asequibles. Cuando pudo ser el momento de ir, era un lugar lejano y caro. Luego, las circunstancias vitales lo borraron de lo posible. Más tarde le llegó la masificación o al menos eso me contaba a mí misma. Hasta que el anuncio de un viaje en grupo pequeño, a un país menos visitado se cruzó en mi camino y sacó de algún cajón de la memoria una vieja ilusión.

No voy de trekking como hubiera hecho hace años, no pierdo de vista que es un viaje turístico, una aventura controlada, pero ajustada a mi yo actual.

Y aquí estoy, sentada en un avión que aterriza en Abu Dabi, un lugar que no hubiera elegido nunca para visitar y que no visito, con el aeropuerto me sobra. 

Mañana llegaré a DelhiOtro lugar que nunca imaginé pisar, aunque me resultara atractivo desde lejos, no sabía si la cercanía me iba a resultar gratificante por un exceso de estímulos y demasiados contrastes. El caso es que me pillaba de paso y decidí alargar un poco la estancia.

Mi aventura sola puede no ser tan solitaria, otro del grupo viaja en mi vuelo. Nos hemos encontrado antes de subir al avión. Por suerte no va en el asiento de al lado.

Me ha tocado pared, y ventanilla si giro mi cabeza más de 90°. Merece la pena. He visto el mar y África y el Nilo y ahora sobrevolamos el mar Rojo y la península del Sinaí. 

Escribo. Nos han dado de comer temprano, he visto una película interesante (The Penguin Lesson’s) leyendo los subtítulos en inglés, no he conseguido que el audio funcionara. Imagino que los auriculares no van, tampoco me importa. 

Junto a mí viajan una niña y su madre. La niña se ha acoplado a su pantalla antes de despegar, ha visto Lilo y Stitch y luego ha jugado un rato a Angry birdsAhora duerme plácidamente apoyada en su madre. Lleva dos trenzas de raíz que hacen destacar unas mechas en azul y rosa brillante. Hablan entre ellas en español y en inglés.

Volamos a más de 11 km de altura y estamos llegando a la rama este del mar Rojo. 

Un poco más al noroeste hay una matanza que aún no ha acabado ¿o quizá es al norte sin más? A los muertos y a los heridos les importa bastante poco mi disquisición.

Hago una foto a un suelo rojizo del que emergen lo que parecen montañas. Lo escribo porque en la foto no sé distinguir si es el color real del suelo o un efecto de la reflexión solar. Aunque si nos ponemos muy físicos, estoy diciendo lo mismo dos veces.

Miro hacia el otro lado del avión, les toca orientación sur y les da el sol, he tenido mucha suerte con el asiento.

Hay dos personajes que me llaman la atención en el pasaje.

Un hombre que decidido que es hindú por el color de piel y la fisonomía, aunque va vestido a la europea. Gran parte del viaje, incluso mientras nos daban de comer, ha estado de pie, a ratos solo y a ratos con un bebé en brazos. Al entrar al avión ya había reparado en ellos, porque la que imagino madre de la criatura y esposa del individuo estaba sentada a un lado del pasillo y él, al otro lado, la miraba de pie, así que pasábamos todos entremedias. 

La otra persona es una mujer joven de pelo y ojos claros que pasea con frecuencia por el pasillo, lleva un pañuelo en la cabeza estilo hiyab desaliñado, con unas camisetas superpuestas con la misma dejadez, de tal forma que, a ratos, deja alguno de los hombros a la vista.

No saco conclusiones, solo observo y tomo nota ¿para qué? Probablemente para ayudar a mi memoria y para pasar el tiempo. Aún nos quedan casi dos horas de viaje, llevamos más de cuatro.

domingo, 9 de noviembre de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO. REFLEXIONES




-  “¿Vas o vienes?”

- “¡Me voy!”


Esta vez los que se van no son los otros, ni siquiera nosotros. Hoy soy yo.

A un lugar desconocido, con un grupo desconocido de “otros”.



Me pregunto por qué así y por qué ahora.

La respuesta más sencilla y, por tanto, la más probable, sea porque sí a las dos preguntas, puro impulso y puro azar.

Se me ocurren otras respuestas más elaboradas, aunque entran dentro de las hipótesis, de los supuestos y de las creencias: la creencia de pensar que todo sucede por algo, o la suposición de que todo tiene un trasfondo o una intención más o menos consciente o inconsciente. 

Así que entro en las hipótesis de explicaciones que me doy y doy a los que preguntan.

Por qué ahora:

- Por desconectar, incluso por huir.

- Por hacer algo diferente.

- Porque no sé si más adelante voy a poder hacerlo.

Por qué así:

- Me dejé seducir por un anuncio.

- Me pareció que ir sola era una experiencia interesante. 

Hacer algo que no sé si podré hacer después no me parece un motivo de peso, aunque sea convincente. Si no lo he hecho hasta ahora podría seguir viviendo sin hacerlo y no pasaría nada. Hay tantas cosas que no haré… 

Y, hacer algo diferente ¿era necesario? ¿y hacer precisamente esto?… Otra respuesta por salir del paso.

He dejado para el final la que me parece la respuesta del millón. La que seguramente sea la más acertada en la historia que yo me cuento Aunque, insisto, el impulso y el azar son mis preferidas.

Desconectar y huir. Vamos a por estos dos farsantes.

Desconectar puedo conseguirlo, un nuevo paréntesis en el trabajo y en la rutinas diarias, aunque para eso no hay que irse tan lejos. Lo hago cada fin de semana, cada día que tengo un plan diferente, en las últimas vacaciones. Reconecto nada más volver. El trabajo no se para porque yo me vaya, ni las costumbres cambian porque las aparte unos días.

Huir. Ese deseo que aparece cada vez que algo en mi vida no me gusta. Vuelve cargado de preguntas ¿huir de qué? ¿huir adónde? Sería mejor identificar lo que no me gusta y cambiarlo. Cambiarlo… y en su lugar ¿qué?



VIAJE A LO DESCONOCIDO. PRELIMINARES

 

Empiezo una serie sobre mi último viaje. Me he ido a finales de octubre, pero llevaba planeándolo meses, lo que publico hoy está escrito en agosto y en los primeros días de octubre.

El anuncio que vi era algo así

Me he embarcado en un viaje que no sé cómo nombrar. Llamar aventura a un viaje organizado, donde me lo van a dar todo hecho, me parece impropio. Va a ser nuevo y distinto porque me voy lejos, a un país con una cultura completamente diferente, porque me voy sola. Aunque he tentado a unos amigos, ahora espero que digan que no. En cualquier caso, mi decisión de ir no ha dependido de la suya. Ya lo he reservado. Viajaré con desconocidos, me han dicho que, al apuntarme, he completado el número mínimo para que el viaje se haga. Me cautivó un anuncio en Instagram, puede ser un error que yo reconvertiré en experiencia valiosa o puede ser un acierto desde el primer momento. Al menos estoy ilusionada, con cierto hormigueo en el estómago que me hace sentir viva. Para colmo, voy a estar más de 24 horas sola en una ciudad absolutamente desconocida, con mi lamentable inglés. Tal vez haga saltar algún resorte que ponga al día todo el tiempo que he dedicado en mi vida a ese dichoso idioma. 

Ya está pagado, a falta de algunos flecos, he empezado a reunir en un dossier la información del viaje. Delhi y Bután, una experiencia que llegará en breve, la espero con entusiasmo.

Empezó el jaleillo de concretar cosas con la agencia. Los visados para la India dieron que hablar y bastantes quebraderos de cabeza a todos los del grupo, pero al final conseguimos tenerlos todos a tiempo.