Perseguir aquello que anhelamos es arriesgado.
Nuestro esfuerzo, nuestro tiempo, nuestro pensamiento, nuestras herramientas… las ponemos al servicio de conseguirlo sin conciencia de que sólo hay dos finales posibles:
Que no lo logremos, incluso después de varios intentos, y que nuestra capacidad y nuestro interés se desgasten tanto que desistamos de alcanzarlo.
Que veamos cumplido nuestro deseo y una vez en nuestras manos nos invada el cansancio de todo lo que hemos invertido en lograrlo y dudemos si mereció la pena porque, lejos de saciarnos, empezamos a desear algo nuevo.
Ya se sabe: los dioses castigan a los hombres concediéndoles sus deseos.
Menos mal que lo mejor, casi siempre, no es la meta sino el camino y la compañía.
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