HIL HAU ZERUAN
BETIKO BIZI LEKUAN*
Bajo la sombra del Pabellón, ante el estanque.
*Canción/oración para los difuntos: “Toma Señor/ a este muerto en el cielo/ en el lugar de la vida para siempre “
HIL HAU ZERUAN
BETIKO BIZI LEKUAN*
*Canción/oración para los difuntos: “Toma Señor/ a este muerto en el cielo/ en el lugar de la vida para siempre “
Cuando era pequeña siempre había una guitarra (o más) en las reuniones de amigos. En el colegio, Isabel era la que siempre estaba dispuesta a tocarla; en el grupo de la parroquia, Pepe daba la entrada; en el grupo de guías no recuerdo si era Bea o su hermana; y en el Arcla, Salva no tenía rival. Y de mucho antes eran las clases de guitarra, a las que asistíamos mi hermana y yo, donde aprendí canciones de siempre mezcladas con éxitos del momento.
Desde mi infancia hasta el final de mi juventud hay una larga lista de canciones que componen mi banda sonora de versiones musicales de todo tipo. Ya he contado alguna vez que me sé canciones de las que no recuerdo título ni autor, pero identificó la melodía y me sé las letras, tanto del estribillo como de las estrofas, con gran fidelidad.
Me hago mayor y, si escucho las canciones de esa época, me vienen a la memoria asociaciones curiosas. Esta vez ha sido escuchando en la radio Déjame, que ahora sé que es de Los Secretos. Hubo una época en la que la cantábamos mucho y, a continuación, como si quisiéramos conjurar y neutralizar el mensaje, nos arrancábamos sin intermedio con Si me dejas no vale que, al buscarla, me he enterado de que es de Julio Iglesias.
Y, como otras veces, los recuerdos no son neutros, ese “Déjame pero no me dejes” que entrelaza las dos canciones, me hace caer en que las contradicciones están instaladas en mi mente hace mucho tiempo (¿o es de siempre?): soledad-compañía, alegría-tristeza, pasado-presente, altruismo-egoísmo, anarquía-caos, hablar-callar, independencia-pertenencia...
Que ya, que la idea no es original, ni sólo me pasa a mí, pero hoy tenía melodía.
Son fáciles de encontrar, pero aquí dejo enlaces a las dos canciones, en el orden adecuado:
La primavera y el otoño suelen empeorar las depresiones, pero a mí lo que me pone melancólica es el calor. Os lo cuento como descargo de que hoy se me haya venido a la memoria una canción que creo que no escuchaba desde mi adolescencia; no puedo saber el porqué de este recuerdo, lo único que se me ocurre es que ayer estuve con mis hermanas en el chalet donde pasaba la mayor parte del verano cuando era pequeña y, tal vez, eso ha activado alguna neurona de las que guardan cosas antiguas. Pero es sólo una hipótesis.
He querido escucharla a ver si mi recuerdo se ajustaba a música y letra y he tenido que escribir parte del texto de la canción porque no me sabía el nombre ni quién la cantaba. Una vez que la he encontrado, el grupo no me sonaba de nada, tampoco otras canciones de su repertorio.
No es novedad el que me suenen canciones de las que no conozco título ni autor, aunque me sepa la letra, como me ha ocurrido con ésta. El recuerdo era bastante fiel al original.
Por si tenéis curiosidad, pongo el enlace a la canción en cuestión, que es “Hoy estoy sufriendo” de Cuerpos y Almas. No está elegida por la calidad musical, podréis reconocer el estilo años 70 sin dificultad.
Teníamos veintipocos años. Éramos capaces de encontrar cosas inverosímiles en tiendas de barrio, en barrios que apenas conocíamos, pero teníamos un instinto especial para relacionar conocimientos, información y recuerdos. Daba igual si era un libro descatalogado, un cable con conectores raros, un muñeco inventado por una mente infantil… Si existía, lo encontrábamos o modificábamos lo que fuese hasta que encajara en el deseo. Fantaseábamos con montar nuestro negocio, la “Oficina del Conseguidor”. Uniríamos la satisfacción del que obtenía lo que buscaba a la nuestra por haberlo logrado una vez más. Luego apareció Internet y las cosas inverosímiles dejaron de existir o se encontraban al alcance de un click.
La semana pasada, sin previo aviso, aparecieron unos operarios a instalar un felpudo en la entrada. Suponemos que las lluvias de los últimos días, que han revelado unas vías de agua que inundaron el centro y han hecho venir a los responsables de mantenimiento, o una visita de una delegación extranjera unos días antes, hicieron detectar su falta a alguna autoridad competente o, simplemente, sea “lo que toca” y estén dotando a todos los centros como el nuestro del accesorio.
El caso es que los que vinieron a instalarlo carecían de instrucciones concretas, y eso dio lugar a que yo lo esté contando ahora, es un relato de segundas, a partir de lo que mi director, que ha sido testigo y parte directa, contó.
Los obreros estuvieron preguntando si hacían la instalación por dentro o por fuera de la puerta (en un espacio techado entre la puerta y las persianas que protegen el centro cuando se cierra), no sé quién decidió que fuera dentro, pero no rebajaron el suelo a ras de la puerta, queda suficiente espacio para dar un paso entre la puerta y el lugar preparado, así que imaginamos que va a ser una franja donde habrá muchas pisadas.Lo siguiente fue consultar el tamaño ¿no saben la medida de la alfombrilla que van a traer? Pues ahí está el hueco, con el cemento bien alisado delante de la puerta, esperando que alguna persona se tropiece… Cuando alguien, creo que fue el propio director, se dio cuenta del peligro, y a falta de una señalización oportuna, colocaron por encima una línea de sillas de la sala de espera, obstáculo suficientemente visible como para evitar accidentes y así está, esperando que se finalice el trabajo encajando el dichoso felpudo.
Dos o tres días después el director preguntaba al responsable de la obra cuando lo iban a poner, el susodicho alegaba que el cemento tenía que secarse, a lo que. el director, visiblemente inquieto, respondía “reseco, está reseco” mientras contemplaban estupefactos a una paciente que había decidido sentarse en una de las sillas del obstáculo, allí en medio de la puerta, en todo el paso, bien ventilada, sin que nadie le hubiera dicho nada, y que conste que en la sala de espera había sillas de sobra para no necesitar estar de pie o utilizar aquellas.
Seguimos esperando la estera, una cinta blanca y roja envuelve las sillas de la entrada como aviso para que nadie se siente. El felpudo llegará, pero al sentido común no se le espera.
“… alguien que está cómodo no mueve un solo dedo para cambiar las cosas.”
Uxue Alberdi. La trastienda.
Guardé estas palabras de ese libro. Hacían referencia a la posición de los chicos de la cuadrilla, convencidos de la igualdad entre hombres y mujeres, pero como tantas veces, más en la teoría que en la práctica.
Conozco la sensación, amigos que defienden la igualdad hasta que vas a hablar y quieren ser la voz cantante o decir la última palabra; amigas, y yo misma, que preferimos dejarlo pasar a discutir. Unas y otros, muchos años asumiendo el rol que nos tocó.
Pero no sólo lo guardé por el significado en ese sentido. De eso ya se ha hablado mucho y lo sabemos, no deja de sonar a repetido. Aunque habrá que seguir recordándolo hasta que deje de ocurrir.
Creo que se puede aplicar a muchas otras situaciones:
A un trabajo poco estimulante pero que, por conocido, no requiere gran esfuerzo.
A proyectos que nunca arrancan porque son una forma de evitar un futuro vacío.
A mantener amigos que ni sabemos por qué les llamamos así, pero que nos dan sensación de compañía, aunque no sepamos de qué clase.
A una relación de pareja instalada en la rutina que no se rompe por no complicarse la vida.
A compromisos mantenidos en el tiempo que dejan de tener sentido, pero que evitan arriesgarse en nuevos retos.
A …
Y hoy se me ha venido a la cabeza pensando en las elecciones. Yo no quiero votar. En el fondo de mi aparente conformismo anida una anarquista. Votar lo menos malo nunca me ha parecido opción. Participar de algo que no me convence es una traición a mi misma. Pero dejar que se instale lo peor, por abstenerme, tampoco me deja tranquila. Mi hija, para casos de duda, aplica un interrogante: ¿qué pasaría si todos los que piensan como yo hicieran lo que yo? Y aquí estoy, renegando de tener que movilizarme.
Estar cómoda no es ser feliz, aunque a veces me confunda.
Con el boli entre los dedos, el papel sobre la mesa y mi mente divagando:
La vida no se para a esperarte, va pasando, un capítulo al día y, aunque nos parezca que no pasa nada, la vida es eso. Con sentido o sin él, interesante o monótona, la vivimos o se nos va.
Acuérdate de que si quieres que pase algo, lo tienes que provocar tú y si quieres que no pase, frénalo. Aunque no siempre saldrá como tú quieres.
No penséis que me atrevo a dar consejos y luego escribo sobre lo poco que me gusta que me los den sin pedirlos, son cosas que me digo a mi misma aunque no me haga mucho caso. Tampoco es nuevo que vivo en una permanente contradicción.
Cuentas que te vas de viaje a algún sitio y antes de preguntarte por tu plan ya te han aconsejado qué ver, dónde comer y qué excursiones alternativas tienes.
Cuentas algo que te ha pasado y, sin saber si lo has dado por zanjado, ya tienes sugerencias sobre cómo tendrías que haber reaccionado o como poner una reclamación.
Cuentas algún mal que te aqueja, mayor o menor y, además de varios remedios caseros y naturales, te encuentras que alguien te pone por delante el ranking de los mejores especialistas (públicos, privados, nacionales y extranjeros) en algo que el otro piensa que puede ser lo que te pasa.
Cuentas que te gusta algo o que te estás aficionando a alguna actividad y, enseguida, con la mejor intención, te recomiendan las mejores clases o los mejores vídeos de internet.
Y resulta que yo soy una ingenua, que me gusta contar mis cosas porque me hace ilusión o porque me desahoga, que me gusta descubrir lugares y actividades un poco a la aventura y por probar, que no necesito verlo todo, estar donde ha estado todo el mundo ni ser la mejor en nada, que si me encuentro mal y pienso que es un mal pasajero voy a darle tiempo a que desaparezca y, si requiere de un profesional, me voy a fiar del criterio del que “me toca” mientras no detecte incoherencias en el proceso.
No es que no necesite ayuda de nadie. Muchas veces me hace falta, pero me gusta que me dejen hacer la pregunta oportuna a la persona que yo considero adecuada. Puedo equivocarme, pero no quiero un tutor para cada paso que doy.
Seguramente la gente que me da consejos se alegra de que se los den en la misma medida. Entonces para esas personas debo resultar extraña, antipática o ignorante. Suelo escuchar y no dar ninguna indicación salvo que me pregunten.
Cuando alguien se va de viaje imagino que ya lo ha preparado a su aire, aunque yo conozca el lugar, puede que haya cambiado desde que estuve y la otra persona no tiene por qué tener mis objetivos, ni mis gustos.
Si alguien me cuenta un problema o un simple hecho que por algún motivo le ha llamado la atención, pienso, si no me pregunta, que le apetece contarlo sin más o que al hablarlo está buscando su propia solución o que lo hace porque un mal compartido se reduce.
Los males de salud son un capítulo aparte por mi profesión, aún así trato de distinguir si el que lo cuenta busca resolver una consulta o no. Y si lo que quiere es una opinión autorizada suelo dar mi punto de vista con cautela, yo no soy especialista en todo y, salvo de personas muy cercanas, no conozco toda la historia médica de nadie ni solemos estar en un lugar donde hacer un reconocimiento en condiciones. No me gusta medicalizar la vida y los remedios caseros los dejo para las abuelas.
Y para las aficiones… ya he dicho que no soy la mejor en nada. Me gustan tantas cosas que he ido probando algunas, casi siempre a la vera de alguien que sí sabía y sólo me he quedado con las ideas o las sensaciones que me valen a mí. Me gusta una idea de Itzi referente a dejar las cosas en boceto. Llevarlas a un cierto nivel de perfeccionamiento requiere mucho tiempo y esfuerzo. Así que no soy quién para dar consejos a nadie.
Al hilo de un grifo y una persiana…
El desgaste le llega a las cosas como las arrugas y la artrosis a los cuerpos. Las arrugas dan personalidad y hablan de lo vivido, no se arruga igual una cara acostumbrada a sonreír que una habituada a fumar o a enfadarse.
¿Se enfadan las casas y por eso se averían?
Seguramente las casas animadas de los cuentos infantiles son reflejo de la realidad, con la mente abierta somos capaces de detectar las emociones de las casas. Como la canción de Torrebruno El reloj de la estación que “si es feliz se adelanta, triste se atrasa…”
Hay casas traviesas, las que esconden cosas en cuanto te descuidas, y otras altivas, en las que es imposible ser feliz, otras sonrientes y acogedoras, antipáticas y, hasta algunas, que cambian de humor según la luz o según quien esté en la casa en cada momento.