El Aeropuerto Internacional de Paro está un tiro de piedra de la ciudad, yo diría que más cerca del centro que cualquiera de los hoteles en los que nos hemos alojado en distintas ciudades. Rodeado de montañas, el edificio del aeropuerto es una construcción similar a las casas que se ven diseminadas por el paisaje, casas de prismas, simples o superpuestos, con ventanas o balconadas perfiladas con madera decorada y tejados, a dos o cuatro aguas, en su mayoría verdes.
Los aviones posados llaman la atención por su uniformidad son todos de la aerolínea de Bután, luciendo la bandera del país en la cola. Caminamos por la pista hasta el edificio donde, como en Delhi, tenemos que pasar el control de inmigración, pero con un tono mucho más amable.
A la salida una imagen con una ofrenda en la mano, nos recuerda que estamos en un país budista. Mientras nos colocan una estola blanca en señal de bienvenida, conocemos a nuestros nuevos compañeros de viaje para el resto de nuestra estancia: Pema, el guía; Karma, el auxiliar; el conductor, un tipo encantador del que nunca sabremos el nombre; y el minibús Toyota blanco y azul.
Tras acomodar nuestro equipaje en el vehículo, nos llevan a un coqueto café a tomar un refrigerio, luego emprendemos la marcha hasta nuestro hotel de la primera noche, que será en Timpu, la capital del país (teniendo en cuenta que el nombre de la ciudad es una transcripción fonética, se puede encontrar escrito de diferentes formas: Timpu, Thimpu, Thimphu, Timbu…). Aunque es media tarde, hacemos el viaje de noche, muchas curvas y poco tráfico. Nos llaman la atención unos postes que jalonan la carretera, con escasa distancia entre ellos, a lo largo de todo el trayecto, pienso si tendrán que ver con que sea carretera de montaña, pero hay algo que me hace intuir que no es por eso, preguntamos y nos dicen que son mástiles para poner banderas.
Nuestro hotel está a las afueras de la ciudad, en una colina. El horario de la cena será estándar todos los días y fácil de recordar porque coincide con el de los desayunos: de 7:00 a 9:00 (póngase de la tarde o de la mañana según el caso). Acordamos salir por la ciudad después de cenar, tenemos que pedir varios taxis.
La plaza donde nos dejan está bellamente iluminada, es un espacio sereno y solitario, decidimos acercarnos al río, encontramos gente trabajando en la construcción de una estructura alrededor de un buda. Luego nos contarían que andaban apurados por la próxima celebración (en noviembre) del Festival Mundial de Oración por la Paz, que iba a reunir a líderes budistas de muchas partes del mundo. Vimos muchos preparativos de este evento.En nuestro camino por la capital, menos dormida de lo que sospechábamos, nos cruzamos con un karaoke. Terminamos allí nuestro recorrido, en una hermanamiento musical con un grupo de indios que ya estaban dentro cuando llegamos.
La mañana nos recibe nublada, desde la habitación del hotel podemos contemplar el paisaje rural que predomina en la parte del país que veremos. Pasamos por un edificio en construcción, nos sorprenden los andamios de caña de bambú ensamblados con cuerdas.
Nuestra primera visita es al gran Buda Dordenma, un estatua sedente de bronce dorado de más de 50 m de altura, que se hizo para celebrar el 60 aniversario del cuarto rey. Elevado sobre Timpu, desde la explanada que lo rodea, podemos ver montañas y bosque. Este espacio, que seguramente está pensado como un sitio de paso y para aumentar la grandiosidad visual de la estatua, hoy es un hervidero de actividad. Aquí también trabajan en los preparativos del Festival ya que va a ser el centro neurálgico de la celebración:, por allí terminan una edificación, aquí ultiman una colorida estupa temporal, en un techado aguardan unas estatuas que permitirán a la gente corriente identificarse con ellas, monjes de acá para allá en actividades varias, ofrendas almacenadas listas para ser repartidas…


En el interior pasamos por unas estancias donde se guardan miles de representaciones de Buda. Pema nos va contando historias de algunas, mi vista se satura de tanto dorado y se distrae con detalles de la decoración de arcos y columnas. Entramos al templo, los monjes, vestidos de rojo, sentados en filas paralelas entre lo que nosotros llamaríamos altar (donde están las estatuas) y el lugar donde se sienta la autoridad religiosa (enfrente), recitan mantras, que, según nos dice el guía, ni él entiende, porque utilizan una versión antigua del idioma.
Mientras paseamos entre los budas, bodhisattvas y demás figuras religiosas, llegan al templo un numeroso grupo de monjes vestidos de naranja (tailandeses), junto con otros de gris que resultan ser monjas. Aunque el Festival no comienza hasta dentro de unos días, ya van llegando algunos participantes.

Después de un lugar tan monumental llegamos a otro más modesto, pero quizá mas reconocido por el pueblo como lugar de oración: el Memorial Chörten, una estupa en honor del tercer rey, de estilo tibetano (por eso se llama chörten y no estupa). En los jardines hay gran afluencia de butaneses, nos unimos a ellos rodeándolo en el sentido de las agujas del reloj. Algunos hacen girar las ruedas de plegaria y otros están tranquilamente sentados, rezando con sus rosarios, charlando o dormitando. Al parecer, es un lugar de encuentro y espera de los abuelos hasta la hora de recoger a los nietos que salen del colegio. El interior tiene varios pisos que recorrimos viendo las pinturas y estatuas que alberga.
La fortaleza (dzong) de Timpu es el centro administrativo del país, el lugar de trabajo del rey (el actual es el quinto), a dos pasos de su casa. La fotografiamos desde lejos.
Es curioso que, con unos 100.000 habitantes, la ciudad más poblada del país, está rodeada tan de cerca de naturaleza (montes, bosques, campos de arroz) que da la sensación de ser un pueblo grande.
Visitamos un mercado, lo que más me llama la atención es el queso desecado, lo preparan en porciones y lo toman como caramelos, se lo meten en la boca y lo van ablandando a base de chuparlo. Me quedo con ganas de probarlo, no me atrevo a comprarlo el primer día y perfumar de olor a queso el autobús. Al salir del mercado ponemos rumbo a Punakha, nuestro segundo lugar de pernocta, pero aún queda mucho día.
Paramos a comer en el Paso de Dochula, un puerto de montaña a unos 3100 m de altitud. En días despejados, se ven picos nevados del Himalaya, entre ellos el pico más alto de Bután (7158 m), pero no tenemos suerte, las nubes nos impiden verlo. Aparte del lugar para comer y las vistas, el sitio es famoso porque la esposa del cuarto rey hizo construir 108 estupas en memoria de los muertos en la batalla contra los insurgentes de Assam (India) en 2003. 108 es un número sagrado para ellos, 108 son también las cuentas del rosario budista. También hay un templo hecho para celebrar los 100 años de la monarquía de Bután y en honor del cuarto rey.
Las banderas memoriales y de oración y las estupas-ofrenda jalonan la carretera de montaña. Las carreteras que transitamos deberían tener la consideración de carreteras nacionales ya que unen ciudades principales, todas son de un carril por sentido y sin arcén. La velocidad máxima permitida es de 50 km por hora para vehículos ligeros y para los pesados, como nuestro autobusito, de 35 km por hora. Así, el trayecto Timpu- Punakha, que son 75 km se convierte en un viaje de más de dos horas.
Por la tarde, ya cerca de Punakha, visitamos un monasterio de monjas (monasterio de Wolakha), con gran regocijo de las más jóvenes, aunque no intercambiamos más allá de gestos de saludo y sonrisas, la curiosidad es recíproca. El lugar, situado en alto, tiene unas vistas preciosas sobre el valle.
De nuevo nuestro hotel queda alejado de la ciudad, nuestra habitación tiene una terraza que se asoma al caudaloso río Sankosh. Después de la cena, nos atrevemos a caminar un rato por la carretera oscura hasta ver la fortaleza iluminada que visitaremos mañana.