martes, 16 de diciembre de 2025

LA SINSORGA


SINSORGA: 

Se usaba de forma peyorativa para denigrar a mujeres que no cumplían con lo que se esperaba de ellas.

Según la RAE, palabra de origen vasco, persona insustancial y de poca formalidad.




Por una casualidad he venido a recordar una anécdota que me ha sacado una sonrisa para rato. Hace bastantes años vinimos a Bilbao un grupo de amigos. Itzi venía con nosotros, tenía tres años, al pasar por el escaparate de una tienda de trajes de novia exclamó: “¿qué hace ahí una madrastra?”. Hacía poco de la boda de Felipe y Letizia y en el escaparate tenían un retrato de Letizia con el traje de novia, el cuello del vestido era como el de la madrastra de Blancanieves, eso sí, blanco, y su gesto no era relajado. Todos, republicanos empedernidos, reímos la ocurrencia y coincidimos en que algo negativo trasmitía, porque la percepción de la niña estaba exenta de prejuicios, ya que ni sabía quién era la de la foto.

Estos días visito Bilbao de la mano de mi hija que, por ahora, está viviendo aquí. Me cuenta que quiere llevarme a un espacio feminista acogedor y agradable que se ha vuelto habitual para ella y sus amigas. Según nos acercamos, una sospecha se apodera de mí y resulta cumplida. El lugar al que me lleva es aquella tienda de novias reconvertida.

El lugar es luminoso y con una decoración difícil de definir por su mezcla de estilos, mantiene la fachada y la estructura original e incluso algunos maniquíes, el escaparate de la izquierda deja ver el rincón-tienda con libros de temática reivindicativa, ropa y complementos con motivos y frases a tono con el sitio, y el de la derecha funciona de tablón de anuncios, tanto de eventos propios como externos. Las dos primeras plantas están pensadas como lugar donde comer, beber y de encuentro informal y en la tercera desarrollan la actividad cultural con charlas, club de lectura, manifestaciones artísticas y otras actividades. Y como puede verse en la foto, los bancos del exterior facilitan que se tome como punto de reunión.

Nuestra visita es fugaz porque va a tener lugar un evento para el que no tenemos invitación. Aun así, nos dejan quedarnos mientras lo preparan, a la vez que en la tercera planta continúan con una de sus jornadas culturales habituales. Volveremos.

Busco información y la IA me avisa de que la palabra ha adquirido un matiz reivindicativo y positivo, al ser el nombre de ese lugar, que le da la vuelta a su sentido original. Subraya el objetivo de construir algo significativo, desde lo que antes era visto como insignificante.

Me alegro de esta vuelta de la vida que ha reunido el nombre, la anécdota de la foto y el rumbo actual del lugar en este momento, para que lo disfrutemos mi hija y yo. No sé si los amigos que vinisteis con nosotros en aquella ocasión recordáis la ocurrencia, si es así supongo que os volveréis a reír, y si no la recordáis, aquí queda evocada.


jueves, 4 de diciembre de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO. FINAL DEL VIAJE

Siempre hay un último día y un camino de vuelta y, con frecuencia, una reflexión final. Y también llegaron para este viaje.

El último día fue un día intenso.

Visitamos un último templo (Kyichi Lhakhang), uno de los más antiguos de Bután (s. VII), recibimos la bendición de un lama en forma de pulsera de colores que aún llevo puesta, giramos las ruedas de oración que recorren todo el perímetro exterior del templo, nos despedimos por última vez del Guru Rimpoché (Padmasambhava) a quien habíamos visto en tantos templos y del que nos habló Pema tantas veces.



Recorrimos el Museo Nacional, el único museo que hemos visto en todo el viaje, un museo que compendia la vida y la cultura butanesas: arte, historia, naturaleza, artesanía, tradiciones, religión…

Y para terminar la mañana entramos en  la fortaleza de Paro (Rinpung Dzongkhag), con sus elementos decorativos en madera y los grandes murales pintados, donde una vez más contemplamos la rueda de la vida y escuchamos los beneficios del trabajo en equipo, simbolizado por “los cuatro amigos” que a mí me recuerdan a los músicos de Bremen.


Nos llevaron a una casa rural donde pudimos ver la arquitectura interior, me sorprendió el oratorio, traspasamos una cortina donde esperaba un pequeño espacio con alguna imagen y resultaron ser dos estancias espaciosas preparadas para recibir al maestro y los monjes que le acompañan, al parecer visitan las casas al menos una vez al año, fue el único templo que pude fotografiar.


Después nos esperaba una comida tradicional preparada por la señora de la casa, el plato más rico y diferente a lo que comimos otros días era una mezcla de mantequilla y queso, creo que repetimos todos. Después de comer, en la parte exterior de la casa practicamos tiro con arco, el deporte nacional. Salvo alguna honrosa excepción, hicimos exhibición de nuestra torpeza, incluidos Pema y Karma, quisimos pensar que se debía al carácter rústico de los arcos.

La tarde terminó con visita libre por las calles de Paro, antes de la entrada preceptiva a algunas tiendas de recuerdos, paseamos por un mercado y nos acercamos a un puente de entrada a la fortaleza de Paro que no habíamos cruzado por la mañana, había un grupo de indias vestidas a la butanesa, a una de ellas le caí en gracia y, tras hacernos algunas fotos, me pidió que bailara con ellas unos pasos que les acababan de enseñar de algún baile tradicional. Lo di todo por la concordia internacional. 



A la llegada al hotel nos tenían preparado un espectáculo de danzas tradicionales, pero esta vez a cargo de un grupo folclórico local que no pidió participación del respetable, salvo en un número jocoso de un pastor y su yak.

La mañana que tocaba volver empezó a desintegrarse el grupo con la misma naturalidad que se formó. Yanina y Albert, que seguirían a Nepal con el guía, salían más tarde de Paro y ya no vinieron al aeropuerto. Al llegar a Delhi, Marta, Leo y Carlos se despidieron porque se quedaban unos días más en India. Ana y Bego salían en vuelos diferentes bastante más tarde y buscaron un hotel donde poder descansar hasta la hora de su vuelo. Los cuatro que cogíamos el vuelo a Abu Dabi a la misma hora teníamos planes diferentes: yo no quise volver al estrés y al calor de Delhi y me quedé en el aeropuerto, Jesús se quedó conmigo, hicimos por pasar las interminables horas juntos, pero cada uno a nuestro aire. Inma y Jessica dejaron el equipaje en una consigna y aprovecharon para hacer alguna visita turística más. Los dos planes son incómodos. Este aeropuerto es, si cabe, más antipático que otros, el espacio donde están los mostradores de las compañías es un lugar sin retorno al que no dejan pasar hasta el momento del check-in. La espera es en un espacio satélite ruidoso y refrescado a base de ventiladores. Jesús se estiró tumbado en unos asientos mientras yo escribía sentada enfrente. Aún nos quedaban dos vuelos y más de 20 horas de viaje. Volamos en asientos separados, en Abu Dabi despedimos a Jessica y en Madrid cada uno tomamos rumbo a nuestras rutinas.


Terminado el viaje vuelve la vida a lo cotidiano. La desconexión ha funcionado, la huida no.  Aquí siguen las obligaciones, los asuntos sin resolver y los proyectos por acabar. Vuelven los deseos, equivocados o no, los apegos dañinos, las presiones sordas, el ruido de fondo… y conocerlos no sirve para que desaparezcan. Un día han tardado en volver, aunque luche por mantenerlos a raya. 

También vuelvo a mi hija y a mis amigos y eso me reconforta. 

martes, 2 de diciembre de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO. LO QUE ME QUEDA DE BUTÁN

He dejado pasar muchos días sin volver a escribir, ya hace un mes que volví del viaje. Las impresiones que me produjeron algunos paisajes, algunos sonidos, algunas conversaciones o algunas historias no han desaparecido, pero no están tan a flor de piel como al principio. Si repaso las fotos, se reactiva todo, pero no sé si tengo tantas ganas de contarlo con detalle.

Quizá la privacidad a la que someten los templos (recordad la regla: nada de fotos en cuanto te descalzas) se ha transmitido a mi relato. O ya me he encontrado con amigos a los que se lo he ido contando y me va sonando a repetido.

Si ya pasé por encima de algunas experiencias sin detenerme demasiado, ahora puede que sea aún más fugaz, pero creo que no puedo dejar inconcluso el proyecto que empecé.


Así que lo retomo en la mañana que nos levantamos en Punakha y fuimos a ver su dzong, que no era el que fotografiamos iluminado la noche anterior. Con todos los elementos comunes a otras construcciones locales, fortalezas y templos, resultó ser un lugar especial por la serenidad que se respiraba por todos sus rincones. No en vano está cerca de la confluencia de los ríos Pho y Mo, considerados respectivamente como afluentes masculino y femenino del gran río Sankosh que representa la armonía de la unión de ambos aspectos.










También fue el día que pasamos por el puente colgante que cruza el Pho Chhu (Chhu es río en dzongkha).







Volviendo a Paro ya habían vestido los mástiles que llamaron nuestra atención el primer día y toda la carretera estaba jalonada de vivos colores para recibir a los asistentes al Festival de oración.                       

Volvimos a parar en el paso de Dochula, que estaba incluso más nublado que el primer día. 

La última visita fue el Chimi Lhakhang, el templo de la fertilidad, y el poblado que lo rodea, con su característica profusión de penes decorados. Es un lugar de peregrinación para  las parejas con dificultades para tener descendencia. Los falos son amuletos que favorecen la fertilidad y dan buena suerte.

La siguiente jornada fue la de la excursión estrella del viaje, la subida al Templo del Nido del Tigre. Aunque llovió, tuvimos suerte, al día siguiente llovió más y cerraron la subida. A pesar de la lluvia y la cuesta, mereció la pena, no solo por los templos encajados en la roca, sino por el paseo en sí mismo. Quizá en otro momento, le dediqué una entrada especial, o no.


Después del esfuerzo y la mojadura relajamos nuestros cuerpos con un tradicional baño de piedras calientes. Consiste en sumergirse en unas artesas de madera, de tamaño suficiente, llenas de agua con hierbas aromáticas en las que la temperatura se regula a base de echar piedras calentadas en una chimenea o agua fría a gusto del usuario. En el mismo lugar, tras el remojo, nos dieron a probar suja (té salado con mantequilla) y ara (aguardiente de cereales). Particularmente prefiero el té con leche clásico que nos pusieron como bebida en más de una ocasión, además de un sabor rico, no me desvelaba como cuando tomo té en Europa.

El último día será otro capítulo, por cuestión de longitud y manejo de la página.