Ayer volví a entrar en esa iglesia...
Fue una experiencia tan distinta...
La otra vez encontré paz, la que volví a buscar ayer y no encontré.
En la puerta un cartel mil veces visto en otras tantas puertas como esa: "Guarde silencio, entra en un lugar de oración".
La otra vez entré por curiosidad, ni siquiera recordaba ese cartel, pero el ambiente invitaba a orar, meditar, hacer silencio interior.
Tomé unas notas de aquel momento inesperado que tanto agradecí:
Al entrar noté un olor pastoso, que sin llegar a ser desagradable, sí echaba de menos algo más de ventilación. Luego llamó mi atención el silencio, un silencio con fondo de mundanal ruido, el ruido que se había quedado fuera y ocasionales ruidos de portalones dejados cerrar a su aire. Un sacerdote se acercó a mí, pensé que venía a decirme que cerraba y que tenía que irme, pero no, amablemente me indicó la puerta que se dejaba abierta, me dijo que podía quedarme el tiempo que quisiera. La impresión del momento me dejó con muchas ganas de eternizar aquella tranquilidad.
Pero ayer, al entrar, se escuchaba una voz que procedía de una capilla lateral, de momento quise creer que era una oración comunitaria. Me senté en un banco frente al altar mayor con la pretensión de que aquella voz no interfiriera en mis propósitos. En el pasillo dos señoras hablaban sin que las llegara a escuchar. A la voz de la capilla lateral se unió primero otra voz y después otra. Para mi desgracia no rezaban, estaban en animada conversación en voz más que alta. Me levanté y paseé por la nave con la intención de que notaran mi presencia, volví a sentarme con la esperanza de que bajaran la voz, pero sólo conseguí incomodarme cada vez más, así que me fui.
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