Cuando confías en que ya nada puede ir peor, aparece el siguiente inconveniente.
Ha sido en día de entierro. Día sencillo, se supone, porque te dan hecho el programa y no hay más que dejarse llevar, complicado porque, si hubiese sido posible, nos hubiera gustado saltarnos el guion.
La hora del entierro estaba fijada, aunque parecía que el día anterior ya pasó por el velatorio todo el mundo, algunos repiten y otros, que no pudieron, deciden acudir directamente al cementerio.
El abuelo, probablemente el que va a estar más afectado junto con su nieta, tiene que llegar solo en un taxi desde la residencia. Mi miedo estaba en este punto logístico pero, afortunadamente, este trago pasó bien.
El problema es el propio entierro.
Reunidos a la hora fijada en la puerta del cementerio, nos la encontramos cerrada. Un grupo variopinto de familia, amigos y vecinos, junto al coche fúnebre esperamos que algún operario nos dé razón de lo que ocurre, pero tampoco hay personal del cementerio. El desconcierto va en aumento, el encargado de la funeraria, el que acordó la hora y el lugar, llama nervioso al Ayuntamiento y a la Policía, empiezan a pasar los minutos y nadie sabe nada. Un vecino recuerda que una amiga conoce a la concejala correspondiente, más llamadas, al parecer ya se están movilizando y buscando quién puede venir a resolver la situación. Recordamos lo puntual que era la abuela y nos la imaginamos disgustada, más después de que el día anterior también llegara tarde al velatorio porque durante un rato anduvieron despistados con ella. Los más clásicos pensamos en una escena de película de Berlanga, de Almodóvar los más jóvenes.
Por fin aparece un jefe de servicio que nos abre la puerta, le toca dar la cara aunque no haya sido el causante y se disculpa, reconociendo que no hay disculpa posible. Aún faltan los operarios, preguntamos que adónde nos dirigimos y nadie sabe qué nicho nos corresponde. Nos dice que elijamos el que más nos guste…, yo empiezo a notar cómo me sube un monstruo hacia la boca pero no puedo perder los papeles. Nos lleva a una zona donde hay muchos nichos vacíos, coincidimos en que uno en la segunda fila desde el suelo es una buena ubicación. Parece que los operarios van llegando y que todo va a terminar, pero el primero que llega dice que el nicho señalado no está preparado y que, por tanto, es mejor elegir otro. Nuevo paseo de la comitiva por el cementerio (difunta incluida) hasta que nos indican uno en la misma altura pero en otro pasillo, tratan de buscarle el lado positivo: es una zona más soleada, nos dicen. ¡Qué les importará a los muertos!
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