martes, 3 de diciembre de 2024
EN BLANCO
domingo, 10 de noviembre de 2024
SORPRESA HASTA EN EL ÚLTIMO MOMENTO
Cuando confías en que ya nada puede ir peor, aparece el siguiente inconveniente.
Ha sido en día de entierro. Día sencillo, se supone, porque te dan hecho el programa y no hay más que dejarse llevar, complicado porque, si hubiese sido posible, nos hubiera gustado saltarnos el guion.
La hora del entierro estaba fijada, aunque parecía que el día anterior ya pasó por el velatorio todo el mundo, algunos repiten y otros, que no pudieron, deciden acudir directamente al cementerio.
El abuelo, probablemente el que va a estar más afectado junto con su nieta, tiene que llegar solo en un taxi desde la residencia. Mi miedo estaba en este punto logístico pero, afortunadamente, este trago pasó bien.
El problema es el propio entierro.
Reunidos a la hora fijada en la puerta del cementerio, nos la encontramos cerrada. Un grupo variopinto de familia, amigos y vecinos, junto al coche fúnebre esperamos que algún operario nos dé razón de lo que ocurre, pero tampoco hay personal del cementerio. El desconcierto va en aumento, el encargado de la funeraria, el que acordó la hora y el lugar, llama nervioso al Ayuntamiento y a la Policía, empiezan a pasar los minutos y nadie sabe nada. Un vecino recuerda que una amiga conoce a la concejala correspondiente, más llamadas, al parecer ya se están movilizando y buscando quién puede venir a resolver la situación. Recordamos lo puntual que era la abuela y nos la imaginamos disgustada, más después de que el día anterior también llegara tarde al velatorio porque durante un rato anduvieron despistados con ella. Los más clásicos pensamos en una escena de película de Berlanga, de Almodóvar los más jóvenes.
Por fin aparece un jefe de servicio que nos abre la puerta, le toca dar la cara aunque no haya sido el causante y se disculpa, reconociendo que no hay disculpa posible. Aún faltan los operarios, preguntamos que adónde nos dirigimos y nadie sabe qué nicho nos corresponde. Nos dice que elijamos el que más nos guste…, yo empiezo a notar cómo me sube un monstruo hacia la boca pero no puedo perder los papeles. Nos lleva a una zona donde hay muchos nichos vacíos, coincidimos en que uno en la segunda fila desde el suelo es una buena ubicación. Parece que los operarios van llegando y que todo va a terminar, pero el primero que llega dice que el nicho señalado no está preparado y que, por tanto, es mejor elegir otro. Nuevo paseo de la comitiva por el cementerio (difunta incluida) hasta que nos indican uno en la misma altura pero en otro pasillo, tratan de buscarle el lado positivo: es una zona más soleada, nos dicen. ¡Qué les importará a los muertos!
sábado, 3 de agosto de 2024
IMPRESIONES DE CAMINANTE (V)
“Vivir como un peregrino
que, olvidando los dolores,
pasó cogiendo las flores
de los lados del camino”.
J.M. Pemán
De Irún a Bilbao se tarda hora y media en coche. A pie, una semana por el Camino de Santiago, con la ventaja de pasar por sitios y hablar con personas con las que nunca coincidiría de otra manera. Habrá quien diga que qué necesidad tengo de cruzarme con gente que no voy a volver a ver, necesidad ninguna, pero es muy enriquecedor.
A ratos caminaba en compañía, en silencio o en animada charla con Itzi o con otros peregrinos. Cualquier tema era adecuado, desde lo que llevábamos hecho o lo que nos quedaba por andar, no todos íbamos a los mismos albergues, ni siquiera a las mismas poblaciones; hablábamos del tiempo, pero no como tema de compromiso sino como compañero de viaje facilitador o incordio; también compartíamos de dónde éramos o lo que habíamos dejado en casa (trabajo, familia), comentábamos nuestros proyectos o nuestra forma de ver la vida.
Otros ratos caminaba sola dejando que mis pensamientos revolotearan por mi vida a su antojo, aunque las más de las veces estaban concentrados en el paisaje o en no tropezar con la siguiente piedra. En algún momento la reflexión comparaba el sentido de mi vida con la ruta que llevaba, un viaje a ninguna parte o, más bien, a un no sé a dónde; sabía que no llegaría a Santiago, pero no hasta dónde llegar, al menos sabía qué dirección seguir, aunque no pudiera calcular cuánto quedaba. En la vida me falta esa flecha amarilla que me facilite el siguiente paso. Varias veces al día me decía ¿quién me manda venir aquí? y otras tantas o más, agradecía estar donde estaba.
Se me vino a la cabeza la estrofa que inicia esta entrada, la leí una vez en una agenda de mi madre y se me quedó grabada. Más allá del atentado ecológico que sería hoy y de la estampa graciosa que imagino, con un peregrino de capa y sombrero de fieltro de ala ancha caminando cual Heidi cogiendo flores para hacer un ramo, encajo perfectamente la metáfora. Podemos llevarnos flores, paisajes y monumentos en unas fotos que alguna vez repasaremos, pero siempre se llevan la palma del camino las personas. Idoia y su marido en el caserío Intxauspe o Amadou, el tallador de madera de Bolibar fueron flores de las que crecen a la vera del sendero.
Personas con las que compartes momentos que son más intensos que los que llegarás a vivir con gente que ves habitualmente. No hay reglas escritas, pero vamos con una predisposición de apertura difícilmente alcanzable de forma obligada. Se establecen complicidades y afinidades con solo una mirada o una sonrisa con gente que no vas a volver a ver.
Lamento no tener mejor inglés porque habría conversado con unos cuantos extranjeros interesantes: el profesor sueco que venía a “reencontrarse a sí mismo” o los australianos que cenaron en Markina, entre otros.
La tercera noche coincidimos con dos chavales que iban haciendo el camino juntos, desde ese día fuimos grupo de cuatro, acordando las etapas y los albergues, durante la jornada Itzi y Juan iban más ligeros por delante, Iñaki y yo, más tranquilos, íbamos rezagados a la par. Qué importante es que cada uno pueda ir a su ritmo y nadie lo cuestione.
También me dejaron huella Stefan, un rumano afincado en Italia que viajaba con su hermano, hablaba un perfecto español y tenía un humor peculiar, Agustín, un argentino-italiano que había decidido gastar sus ahorros en un viaje por Europa de 4 meses de duración, parte de ese viaje incluía peregrinar de Irún a Santiago, un sujeto divertido y profundo. Y el más sorprendente, un francés que vive en Méjico, donde sólo utiliza chanclas y así se vino a caminar, con un kit de supervivencia que incluía una tienda de campaña, en una mochila más pequeña que la de la mayoría.
Gracias a Itzi, que por dar un rodeo caminó durante algunos kilómetros por detrás de mí, me enteré de que me había convertido en leyenda: en el camino me encontré unas gafas graduadas, bien podrían haber sido de algún lugareño de los que nos cruzábamos con frecuencia, pero pensé que si eran de algún peregrino no iba a volver atrás sin saber dónde las había perdido. Decidí llevármelas y cuando alcanzaba a algún peregrino le preguntaba si las había perdido. Mi plan, si no aparecía su dueño, era dejarlas en el siguiente albergue con la esperanza de que la comunicación entre ellos facilitara la recuperación por parte de su propietario. No hubo lugar, tras un rato de caminar llegué a un merendero donde descansaban algunos peregrinos. Al parecer, fui como una aparición porque en ese momento el dueño de las gafas estaba a punto de vaciar su mochila buscándolas. Me abrazó con agradecimiento sumo. También me enteré de que lo de ir madre e hija en ruta ya iba causando sensación y ese “milagro” completó el mito.
Otras anécdotas del viaje han venido de los hospitaleros, como el que nos despertó con cantos gregorianos para acto seguido encender la luz, Itzi le calificó de pasivo-agresivo. El otro que dio para muchos comentarios fue uno que más se acercaba a carcelero que a hospitalero, con toque de queda incluido que todos queríamos quebrantar, nos envió a la cama a las 21:30, cuando aún era de día. Éramos más de quince personas, pero acatamos la norma.
Una última reflexión sobre un asunto del que ya me he quejado en otras entradas es acerca de la constante de encontrar ermitas e iglesias cerradas. Comprendo que antes de las 8:00 de la mañana no haya nadie para abrirlas, pero no hablo de eso. Pasa en ciudades y pueblos y a cualquier hora del día. Es más fácil entrar a la Casa de Juntas de Gernika que a cualquier iglesia, siempre que he ido la he encontrado abierta.
Somos un goteo continuo de personas de todos los continentes en una ruta religioso-cultural y solo podemos ver las iglesias por fuera. Los sellos de nuestras credenciales son de albergues y bares porque a las iglesias no se puede entrar, exceptuando la de Zenarruza, donde las puertas de la iglesia siempre están abiertas y la de Itziar, que tiene habilitada una entrada a una capilla exterior donde te pones tú mismo el sello. A la nave principal no pudimos acceder porque estaban a mitad de misa.
Vi que en el Camino francés se plantean un voluntariado para que haya alguien que las abra. No sé si esa es la mejor solución, porque es limitada en espacio y tiempo. Yo recuerdo que antaño siempre había algún vecino que tenía la llave y si dabas con él te abría, tal vez ahora sea difícil porque somos demasiados y el vecino tendrá cosas que hacer, pero se podría plantear como un nicho de empleo relacionado con turismo y no sólo para las iglesias de los diferentes Caminos, en los que añadiría beneficio a los peregrinos como lugar de cobijo espiritual, sellado de credencial, descanso, refugio de inclemencias meteorológicas, agua... Es un mal que aqueja a muchos lugares, darle alguna solución podría revitalizarlos y evitar el deterioro por abandono de un patrimonio notable.
miércoles, 26 de junio de 2024
COVID
Intensivo de Mindfulness:
Tengo plena conciencia de mi cabeza, mi nariz y mi garganta.
A ratos, de mis músculos y mi aparato digestivo.
Contemplo mi estado desde la tranquilidad, esperando a que pase.
Respiro y eso es suficiente.
En la pandemia aprendimos que no es buena idea soplar las velas o compartir la cantimplora.
Varias generaciones hemos crecido haciendo esas “guarrerías” y con ellas, sin saberlo, mejorábamos nuestra inmunidad y nuestra humanidad.
sábado, 25 de mayo de 2024
COMPAÑÍA VEGETAL
Me miran las tres orquídeas que han nacido esta temporada, apiñadas como si se protegieran entre ellas, avergonzadas de su belleza. El árbol del Brasil, heredero del que me regaló un paciente, se robustece con el paso del tiempo. El aloe sobrevive y las cintas, multiplicadas, van creciendo en sus pequeños recipientes.
En la terraza, los pensamientos y las petunias desafían los cambios meteorológicos con fortuna dispar. Mis plantas crasas, las de siempre, resisten sin defraudarme. El rosal parece que aguanta, esperando el momento de florecer. Y, la última adquisición, otro regalo de otro paciente, cambia de color, no sé si porque se seca o porque le toca con el cambio de estación.
No se me dan bien las plantas, por suerte son más fuertes de lo que parecen. Seres vivos que me acompañan y decoran mi hogar. El espacio sería más amplio y daría menos sensación de desorden si no estuvieran, pero la estancia sería más fría. Yo las respeto y ellas me acogen.
miércoles, 17 de abril de 2024
MÉRITOS
Esto no va de lucimiento personal.
Va de esas expresiones tan de moda, tan vanas, tan injustas y tan peligrosas:
Tú no mereces eso. Merezco algo mejor. Se lo merecía…
Como si la vida fuera justa y nos pagara por lo que hacemos o somos.
¿Cuáles son los méritos? ¿merecen los palestinos ser masacrados? ¿merecemos morir? y si, por inevitable, eso no es planteable ¿podemos preguntarnos si merecemos el cuándo o el cómo? ¿merecen algunos la vida muelle que se permiten? ¿se hará alguna vez justicia según nuestro criterio de merecimiento? ¿quién decide lo que es adecuado?
Alguna vez he caído en la trampa de creer que la vida nos devuelve, en proporción y con el mismo signo, aquello que hemos hecho primero. Me he permitido hacer cosas que me venían bien por el convencimiento de estar compensando otras que me habían sido adversas. Me reconozco víctima, y seguramente verdugo, del concepto.
¿Alguien me puede explicar la coherencia de lo que se esconde detrás? Hay quien habla del karma… Si me pasan cosas malas ¿es que fui mala antes? A los que les pasan cosas peores ¿es que fueron muy malos?¿Hay tanta gente mala como para que pasen tantas cosas de las que consideramos que nadie merece?
Mi respuesta a casi todo es ¡no!
La vida tiene cosas preciosas y otras horribles y otras neutras, o según se miren. Quiero pensar que algún día, quizás en otra vida, las cosas se nivelarán. Pero, a día de hoy, la vida es arbitraria y por eso me da tanta desazón oír conjugar el verbo merecer. Estoy segura de que todos merecemos una vida mejor, pero tenerla depende de tantos factores… Tampoco me gusta cuando se pone el foco sobre cada persona, no tenemos herramientas individuales para cambiar la vida en su totalidad, podemos cambiar algunos aspectos, pero seguirá habiendo parcelas que se escapan a nuestro control, incluso esos cambios que hacemos, supuestamente para mejor, se pueden volver en contra, o eso que ahora nos parece malo, a la larga, puede traer cosas buenas.
Nos lo merezcamos o no.
Pongo el enlace al video Me voy de Julieta Venegas, que además de gustarme visualmente, trata el tema de escapar de una situación que le desagrada, independientemente de si la merece o no.
https://youtu.be/y8rBC6GCUjg?si=EXqIDmjjot_7fiRr
Y a pesar de lo dicho, comparto esta frase que leí por internet que me parece magistral por el doble sentido que puede tener:
“Te deseo lo que te mereces”
domingo, 17 de marzo de 2024
A MEDIAS
Y lo fecho en domingo aunque técnicamente ya sea lunes porque son más de las doce de la noche. Pero aún es domingo para mí porque no he cerrado el día, no me he puesto el pijama ni me he lavado los dientes.
El tiempo me apremia porque mañana madrugo, pero se me ha venido a la cabeza escribir, una idea cogida con pinzas, una vez más, que nombraré y no desarrollaré, como me pasa con casi todo en la vida.
Tengo mil planes, o ninguno, cuando empiezo uno, aparecen cientos de cosas urgentes que se amontonan, y dejo todo a medias, porque acabo agotada de tratar de sostenerlas todas.
Si escribo, la idea principal se pierde entre las ideas secundarias.
Si decido arreglar la cocina, empiezo la obra de la otra casa y tengo que pensar en la avería del coche.
Si quiero ponerme en forma, juego al tenis, pero quiero salir a andar, ir al monte y, al final, me quedo de espectadora de los partidos de mi hija.
Y, mi vida social… tengo retazos de un montón de personas a los que atiendo a medias. Si me ocupo de saber cómo están, me pesa que no me tengan en cuenta y si me tienen en cuenta, me agobian.
Cuando estoy donde se supone que es mi sitio, siento que no encajo y, cuando me siento a gusto, pienso que estoy de más.
Empiezo y no acabo. Una y otra vez.
A la vez sé que la vida se termina sin prórroga y, a la vez, me parece que se acaba mi mundito, pero yo permaneceré. Pierdo el tiempo que no tengo y no me paro a pensar que lo importante es lo único que merece la pena perseguir. Estaría bien que supiera lo que es.
LO VIEJO Y LO NUEVO
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Puente nuevo desde el puente de la Magdalena. Pamplona |
Puente del Grajal y el nuevo para coches. Colmenar Viejo |
domingo, 4 de febrero de 2024
EL PURGATORIO Y LOS REFUGIADOS
Caminando por el paseo de Recoletos me he topado con un monumento en recuerdo de los refugiados. Encima de un prisma de hormigón un grupo de figuras de bronce, sentadas unas junto a otras, dejan colgar sus piernas en el vacío.
He recordado que mi padre contaba que, en su imaginación, el purgatorio era una fila muy larga de niños sentados con los pies colgando, supongo que esperando el momento en que la eternidad les permitiera cambiar de estado.
Y aunque sea con esta nota breve se me ocurre asociar ambas ideas. Los refugiados y, sobre todo, los que esperan ser reconocidos como tales, están también en un limbo. Habitantes de un lugar en el que se les deja estar pero sin llegar a ser su lugar, esperando la promesa de un futuro mejor.
Asumo que ni mi padre ni Bel Borba (el autor) tenían noticias el uno del otro y, mucho menos, de las construcciones de su imaginación. Y no sé si la representación tendría para ambos una explicación parecida. Pero yo he querido suponer que tiene que ver con la angustia de estar en el aire, sin poder pisar un terreno firme y seguro.