A propuesta de mi hija, trato de actualizar el escrito, revisando, si la memoria no me falla, cómo han ido tomando forma mis expectativas y mis dudas de entonces.
Empezaré por decir que aquellas Navidades no fueron muy diferentes a las anteriores, pero sí que hubo cambios a partir de entonces. Seguimos celebrando Navidad y Año Nuevo con la familia extensa, pero Nochebuena y Nochevieja se quedaron en celebración íntima. El motivo: evitar frío, riesgos del tráfico y descoloque horario a la niña. Luego se convirtió en una agradable costumbre que no quisimos perder y que mantenemos.
El embarazo terminó bien, ni una sola molestia. Sólo el susto final, una bradicardia que hizo que acabara naciendo por cesárea.Y ahí tuvimos la primera de las respuestas, aunque yo escribía con el genérico “hijo”… fue niña, una niña preciosa y sana que recibimos con alegría mayúscula. Aunque era cierto que no teníamos preferencia por el sexo de la criatura, Joaquín enseguida se planteó que él ya sabía cómo era ser niño y que estaba bien tener acceso a saber cómo era ser niña. Yo estaba completamente compenetrada con aquel ser que había crecido dentro de mí y que me había convertido en su nave nodriza, era ella y yo estaba de su parte, fuera como fuera.
La empresa a partir de este momento no fue fácil, nos convertimos todos en aprendices de equilibristas y eso significó llevarse unos cuantos golpes:
Al principio había que reequilibrar una relación de dos en una de tres, donde la última incorporación necesitaba y reclamaba mucha atención, casi siempre asimétrica. Por suerte la relación entre Joaquín y yo estaba fuertemente consolidada, Itzi nació cuando llevábamos casi 10 años casados.
Los primeros años fueron relativamente sencillos, con el contrapeso de guardería y abuelos mientras trabajábamos, pero el resto del tiempo éramos un pack. Nunca tuvimos sensación de dejar de hacer nada importante por ella, para cuestiones particulares nos turnábamos sin problema y para vacaciones, reuniones de amigos… éramos tres, y si en algún sitio no eran bienvenidos los niños dejaba de ser un buen lugar para nosotros, aunque fuéramos sin ella.
Tocaba acompañarla para que llegara a ser una persona de bien. Siempre nos importó más que tuviera valores que cualquier otra virtud. Su arraigo en un deporte de equipo facilitó la adquisición de algunos. Nos esforzamos en servirle de ejemplo, aun en la cuerda floja, a riesgo de ser incomprendidos por ella al mantener actitudes e ideas a contracorriente y muchas veces se sintió presionada creyendo que pedíamos resultados académicos. Seguramente nos equivocamos al pedirla más trabajo y esfuerzo en tareas que realmente no le aportaban gran cosa.
Itzi se fue revelando como una niña alegre y espabilada. Me planteo si es mi visión sesgada de madre, pero creo que siempre ha brillado de una forma especial. Desgraciadamente eso le supuso sufrir envidias y no ser entendida por muchos, para colmo, en momentos en los que no supimos estar atentos, ocupados en la enfermedad de Joaquín.
Ahí se complicó nuestra vida. Seguimos haciendo equilibrios para llegar a todo, en estado de esperanza, pensando que era pasajero. Pero ni llegamos a todo ni la esperanza se hizo realidad. Acabó con un mal desenlace. Es verdad que fueron muchos años, ocho si contamos desde la enfermedad cardiaca, porque al tercer año, cuando creíamos que ya estaba resuelta, empezaron los síntomas del cáncer. En esos años hubo de todo, también muchos buenos momentos, mucho aprendizaje, mucho amor. Pero mucha incertidumbre, mucho dolor, incluidas las enfermedades de ambas abuelas que se saldaron con la muerte de mi madre. Y, como ya he dicho, no supimos ver que tras la fachada de madurez de Itzi había una gran fragilidad.
Cuando Joaquín murió Itzi tenía 14 años. Tocaba volver a ser dos, pero en otras condiciones. Con la atención puesta en que su crecimiento como persona pasa por alcanzar la independencia en muchas facetas. Nos cuidamos la una a la otra, pero sin perder de vista que tiene que perseguir sus sueños, sean los que sean. Y parece que no será camionera, aunque conduzca su coche y su vida con energía; ni enfermera, aunque sea capaz de cuidar de sus amigos; ni abogada, aunque sepa defender lo que le parece justo; pero de lo que sí estoy segura, es de que ha logrado ser una gran equilibrista.