jueves, 9 de abril de 2020

TIEMPO DE PANDEMIA


Se podía oler el miedo. Era olor a lejía y a alcohol y a jabón de manos. Todo el mundo limpiaba todo y se limpiaba continuamente, hasta desollar la propia piel. Nadie se tocaba. Si era imprescindible siempre había una barrera que impedía sentir la suavidad o el calor del otro. Y qué decir de los abrazos, si todos caminábamos a distancia.

Se habían acabado los susurros, esa misma distancia obligaba a conversaciones en voz alta. Pero casi todo el tiempo el sonido que se escuchaba era el del silencio, no había griterío de niños jugando en los parques, ni el ruido del tráfico, tal vez alguna sirena de un coche de emergencias...

Y mientras, como un brindis al sol, se aplaudía en las terrazas y se pintaban arcoíris y se encendían velas o se apagaban luces a las órdenes de unos mensajes que se propagaban más rápido que los virus, sin saber quién los lanzaba pero que permitían instalarse en la comodidad de creer estar haciendo algo útil, arropados por la mayoría.

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