Casi tres meses han pasado desde la muerte de Joaquín.
Siento su ausencia en muchos momentos, cómo no sentirla si estábamos juntos siempre que podíamos, nos gustaba estar el uno con el otro hablando, callando, riendo, sufriendo... y cualquier dificultad era más llevadera entre los dos.
Itziar y yo hablamos de él con frecuencia, de lo que hacía, de lo que le gustaba, de cómo era o de las cosas en que se le parece, con sosiego, incluso con alegría, porque en esos momentos sigue estando con nosotras.
En igual medida no tengo inconveniente en que se hable de él en mi presencia, también siento que me acompaña desde la cercanía de nuestros amigos, porque los que un día fueron "sus" o "mis" amigos han acabado siendo compartidos.
A menudo tengo la sensación de que se ha ido para quedarse, se ha quedado en el corazón de cada uno de los que lo hemos querido y de los que hemos tenido la suerte de que nos amara. Y así me lo hacen saber a cada poco.
La vida sigue, no queda otra que aceptar que perdimos una guerra en la que hubo muchas batallas ganadas, menos la última, y ahora toca reconstruir sobre los escombros.
Acabo parafraseando a Ernesto Cardenal: Podremos amar a otros como le amábamos a él (¿podremos?), pero nadie nos amará como nos amaba él.
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