viernes, 28 de junio de 2013

COMO SIEMPRE: NADA SIGUE IGUAL

En muchos momentos de mi vida he tenido sensación de estabilidad, como si pudiera hacer una foto del presente y repetirla hasta el infinito, hasta que me doy cuenta de que en la vida nunca hay foto fija, siempre es una película que avanza.

Mi hija ha acabado el colegio, aparentemente nada cambia porque no es más que otro paso de curso, aunque irá a otro recinto, seguirá con sus clases, sus tareas, sus compañeros que serán en su mayoría los mismos, pero yo ya no la acompañaré más a la entrada, vendrá a comer a casa, necesitará más espacio de independencia... vuelvo a mi época de estudiante y se superpone el recuerdo de cursos aparentemente infinitos, días estructuralmente iguales, con el vértigo de acabar EGB, elegir optativas en 3º de BUP o tener que aprobar Selectividad.

Mi hija ha acabado el colegio y recuerdo los años de "casada sin hijos", feliz con mi pareja, en los que parecía que daba tiempo a todo y que la vida sería eternamente igual, pero fueron los años en los que trabajaba con fecha de finalización de contrato, sin posibilidad de renovación: suplencias,  dando cursillos o los 4 años de la especialidad.

Mi hija ha acabado el colegio y recuerdo la época del embarazo como una de las más tranquilas y apacibles de mi vida, se ve que era la calma antes de la tormenta, eso sí, una tormenta de verano, refrescante y cálida a la vez.

Mi hija ha acabado el colegio y recuerdo todos los años que ha pasado de "escolarización", prácticamente toda su vida porque fue a la guardería mucho antes de cumplir un año. Y de nuevo la sensación de estabilidad como paso de años y de cursos, como en mi infancia, como en la infancia de cualquier otro niño escolarizado y a la vez se ha topado con asuntos importantes que han hecho que madurase de forma única, como saber que algunos de sus amigos, que tuvieron que irse, lo hicieron por motivos económicos o las sucesivas enfermedades graves de su padre, luego llegan compañeros nuevos, su padre afortunadamente se recupera y parece que todo sigue como siempre.

Mi hija ha acabado el colegio y ella está feliz y yo también y quisiera congelar este momento y guardarlo en el armario de la fotos fijas que algún día revisaré para saber que la vida estuvo bien.



Fotos propias: El mismo Ginkgo biloba en primavera, verano otoño e invierno.

domingo, 16 de junio de 2013

IMPRESIONES DE CAMINANTE (I)




Es junio. A pesar de la inusual climatología de este año he tenido sensación de primavera, el campo abigarrado de flores silvestres, aquí amarillas y violetas, allí rojas y blancas, envueltas todas en un sinfín de verdes a cual más brillante. Sensación del campo estallando de vida que desde hace muchos años me transporta a un viaje, un viaje que fueron tres, pero que mezclo con facilidad en mi memoria porque comparten destino y ruta a pie. 

Por tres veces he llegado a Santiago de Compostela andando, las tres por el Camino Francés. La primera desde Frómista, con un grupo de amigos, con Arturo al frente, el párroco de la iglesia a la que pertenecíamos. Él conocía bien el itinerario y organizó etapas, visitas, intendencia... también conocía a  algunas personas que nos acogieron haciéndonos la ruta más fácil. Tuvo la magia de la primera vez.

Más de diez años pasaron hasta la segunda, para mi suerte con la frescura de ser otra primera vez. Empezaba en Roncesvalles, Joaquín y yo solos, los dos pisábamos por primera vez suelo euskaldun. Era junio, como la última, tres años después, mismo origen y misma compañía.

Han pasado veinte años desde esa segunda primera vez, vuelve a ser junio y me apetece contar impresiones y anécdotas que recogí por el camino, he encontrado unas notas que guardé, en unas hojas arrancadas de un cuaderno, amarillentas y con la tinta descolorida y me ha parecido que debo rescatarlas. Desde el principio tuve intención de escribir, pero estaba tan de moda... parecía que todo el que iba a Santiago tenía que escribir su libro y aparqué las notas para mejor ocasión.

Conocí de primera mano cosas que seguramente sólo se pueden ver ya en reportajes de otras épocas, había pocos caminantes, no  había apenas albergues y la gente de los pueblos te acogía con el poso de hacer algo que no podía ser de otra manera, no en vano dar posada al peregrino es obra de caridad. He dormido en escuelas, oficinas de Correos, dependencias de Ayuntamientos, conventos y casas particulares. En Calzadilla de la Cueza abrieron para nosotros el tele-club, único sitio de refresco en un pueblo que en julio hacía honor a su nombre, las veces siguientes pudimos disfrutar de un hotel sencillo y acogedor como sus dueños y el tele-club ya era un recuerdo del pasado. En Cacabelos  conocí a una colchonera, se ganaba la vida vareando lana para rellenar colchones, durante unos años nos estuvimos felicitando por Navidad, no sé si yo dejé de escribir o ella de contestar, como tantas veces me ha pasado con mis relaciones epistolares, pero eso es otro tema que quizá merezca otra entrada, otro día.