Me miran las tres orquídeas que han nacido esta temporada, apiñadas como si se protegieran entre ellas, avergonzadas de su belleza. El árbol del Brasil, heredero del que me regaló un paciente, se robustece con el paso del tiempo. El aloe sobrevive y las cintas, multiplicadas, van creciendo en sus pequeños recipientes.
En la terraza, los pensamientos y las petunias desafían los cambios meteorológicos con fortuna dispar. Mis plantas crasas, las de siempre, resisten sin defraudarme. El rosal parece que aguanta, esperando el momento de florecer. Y, la última adquisición, otro regalo de otro paciente, cambia de color, no sé si porque se seca o porque le toca con el cambio de estación.
No se me dan bien las plantas, por suerte son más fuertes de lo que parecen. Seres vivos que me acompañan y decoran mi hogar. El espacio sería más amplio y daría menos sensación de desorden si no estuvieran, pero la estancia sería más fría. Yo las respeto y ellas me acogen.