Y lo fecho en domingo aunque técnicamente ya sea lunes porque son más de las doce de la noche. Pero aún es domingo para mí porque no he cerrado el día, no me he puesto el pijama ni me he lavado los dientes.
El tiempo me apremia porque mañana madrugo, pero se me ha venido a la cabeza escribir, una idea cogida con pinzas, una vez más, que nombraré y no desarrollaré, como me pasa con casi todo en la vida.
Tengo mil planes, o ninguno, cuando empiezo uno, aparecen cientos de cosas urgentes que se amontonan, y dejo todo a medias, porque acabo agotada de tratar de sostenerlas todas.
Si escribo, la idea principal se pierde entre las ideas secundarias.
Si decido arreglar la cocina, empiezo la obra de la otra casa y tengo que pensar en la avería del coche.
Si quiero ponerme en forma, juego al tenis, pero quiero salir a andar, ir al monte y, al final, me quedo de espectadora de los partidos de mi hija.
Y, mi vida social… tengo retazos de un montón de personas a los que atiendo a medias. Si me ocupo de saber cómo están, me pesa que no me tengan en cuenta y si me tienen en cuenta, me agobian.
Cuando estoy donde se supone que es mi sitio, siento que no encajo y, cuando me siento a gusto, pienso que estoy de más.
Empiezo y no acabo. Una y otra vez.
A la vez sé que la vida se termina sin prórroga y, a la vez, me parece que se acaba mi mundito, pero yo permaneceré. Pierdo el tiempo que no tengo y no me paro a pensar que lo importante es lo único que merece la pena perseguir. Estaría bien que supiera lo que es.