Caminando por el paseo de Recoletos me he topado con un monumento en recuerdo de los refugiados. Encima de un prisma de hormigón un grupo de figuras de bronce, sentadas unas junto a otras, dejan colgar sus piernas en el vacío.
He recordado que mi padre contaba que, en su imaginación, el purgatorio era una fila muy larga de niños sentados con los pies colgando, supongo que esperando el momento en que la eternidad les permitiera cambiar de estado.
Y aunque sea con esta nota breve se me ocurre asociar ambas ideas. Los refugiados y, sobre todo, los que esperan ser reconocidos como tales, están también en un limbo. Habitantes de un lugar en el que se les deja estar pero sin llegar a ser su lugar, esperando la promesa de un futuro mejor.
Asumo que ni mi padre ni Bel Borba (el autor) tenían noticias el uno del otro y, mucho menos, de las construcciones de su imaginación. Y no sé si la representación tendría para ambos una explicación parecida. Pero yo he querido suponer que tiene que ver con la angustia de estar en el aire, sin poder pisar un terreno firme y seguro.