Teníamos veintipocos años. Éramos capaces de encontrar cosas inverosímiles en tiendas de barrio, en barrios que apenas conocíamos, pero teníamos un instinto especial para relacionar conocimientos, información y recuerdos. Daba igual si era un libro descatalogado, un cable con conectores raros, un muñeco inventado por una mente infantil… Si existía, lo encontrábamos o modificábamos lo que fuese hasta que encajara en el deseo. Fantaseábamos con montar nuestro negocio, la “Oficina del Conseguidor”. Uniríamos la satisfacción del que obtenía lo que buscaba a la nuestra por haberlo logrado una vez más. Luego apareció Internet y las cosas inverosímiles dejaron de existir o se encontraban al alcance de un click.
Nada que ver con lo que imaginaba: acompaño vidas.
Si alguna se salva es porque se salva sola.
Mis sueños están con las personas.
Entremezclo mis sueños con los suyos.
Tengo sueños llenos de concordia.