La semana pasada, sin previo aviso, aparecieron unos operarios a instalar un felpudo en la entrada. Suponemos que las lluvias de los últimos días, que han revelado unas vías de agua que inundaron el centro y han hecho venir a los responsables de mantenimiento, o una visita de una delegación extranjera unos días antes, hicieron detectar su falta a alguna autoridad competente o, simplemente, sea “lo que toca” y estén dotando a todos los centros como el nuestro del accesorio.
El caso es que los que vinieron a instalarlo carecían de instrucciones concretas, y eso dio lugar a que yo lo esté contando ahora, es un relato de segundas, a partir de lo que mi director, que ha sido testigo y parte directa, contó.
Los obreros estuvieron preguntando si hacían la instalación por dentro o por fuera de la puerta (en un espacio techado entre la puerta y las persianas que protegen el centro cuando se cierra), no sé quién decidió que fuera dentro, pero no rebajaron el suelo a ras de la puerta, queda suficiente espacio para dar un paso entre la puerta y el lugar preparado, así que imaginamos que va a ser una franja donde habrá muchas pisadas.Lo siguiente fue consultar el tamaño ¿no saben la medida de la alfombrilla que van a traer? Pues ahí está el hueco, con el cemento bien alisado delante de la puerta, esperando que alguna persona se tropiece… Cuando alguien, creo que fue el propio director, se dio cuenta del peligro, y a falta de una señalización oportuna, colocaron por encima una línea de sillas de la sala de espera, obstáculo suficientemente visible como para evitar accidentes y así está, esperando que se finalice el trabajo encajando el dichoso felpudo.
Dos o tres días después el director preguntaba al responsable de la obra cuando lo iban a poner, el susodicho alegaba que el cemento tenía que secarse, a lo que. el director, visiblemente inquieto, respondía “reseco, está reseco” mientras contemplaban estupefactos a una paciente que había decidido sentarse en una de las sillas del obstáculo, allí en medio de la puerta, en todo el paso, bien ventilada, sin que nadie le hubiera dicho nada, y que conste que en la sala de espera había sillas de sobra para no necesitar estar de pie o utilizar aquellas.
Seguimos esperando la estera, una cinta blanca y roja envuelve las sillas de la entrada como aviso para que nadie se siente. El felpudo llegará, pero al sentido común no se le espera.