Paseando con mi amigo Pedro me recordó el artículo que me pidió que escribiera para la revista Misión Abierta cuando él era el director. Ya estamos un poco pasados de fecha, pero creo que hasta Reyes tiene cabida el tema. Me ha traído muy buenos recuerdos y me ha apetecido compartirlo. La situación en que lo escribí es evidente, allá por noviembre del año 2000:
Aún no he pasado ninguna Navidad embarazada pero imagino fácilmente que este año será algo diferente a otros años. Al preparar el Belén, estaré también preparando el nacimiento de un miembro más de la familia, aunque llegará un poco después.
Al pensar dónde pondremos el Portal, como todos los años, nos haremos la misma pregunta ¿dónde siempre o le hacemos un sitio nuevo? A la vez nos hemos preguntado, nuestro hijo ¿irá a la habitación que estaba dispuesta para él o sería mejor cambiar la distribución de la casa? Porque no es lo mismo planear algo posible pero incierto que comenzar a darle forma. Tal vez deberíamos replantearnos si celebramos la Navidad de una determinada forma porque nos parece la mejor o porque es la más cómoda o por rutina o por... ¿será hora de renovar alguna actitud frente a estas fiestas?
Luego empezaremos a poner montañas, palmeras, el río y el camino, dejando volar la imaginación y recuperando la ilusión de cuando éramos niños y ayudábamos a nuestros padres a reinventar la escena un año tras otro. Crece el paisaje y a medida que tú misma vas aumentando de peso y de volumen se agolpan las preguntas, sobre todo de los que te rodean, ¿será niño o niña?, ¿será camionero, enfermera, abogado o equilibrista?, cuando a ti lo único que te importa es que todo vaya bien, que al cabo de los meses le puedas poner unos rasgos concretos a ese ser que cada día se hace notar más.
Como los pastores acompañan la llegada de la Nochebuena, en ese futuro presente aparece la camaradería de otras embarazadas, de repente parece que se hubiera producido una epidemia. No es que antes no hubiera embarazos, se veían embarazadas en la calle y en el metro, pero ahora tienen nombre, son la vecina del noveno y una amiga y una compañera del trabajo y otra que acaba de dar a luz, y es como si a todas las madres jóvenes se les removiese el recuerdo de un embarazo reciente, y a las madres no tan jóvenes les entrase vocación de abuelas. Hasta la prima Isabel, la que llamaban estéril, ya está de seis meses, ¿cómo no vamos a ir a visitarla?
Toca celebrar la Navidad, ya vamos a terminar de colocar a todos los personajes, a San José, como el futuro padre, imprescindible aunque en segundo plano de la escena; a María, otra embarazada con nombre propio, que va a llegar a término un poco antes. Los interrogantes se van a encarnar en el niño Jesús, una criatura, que no es un niño rubito, sonriente y que pasa el día en actitud de bendecir desde su cuna llena de paja: es un recién nacido que llora, duerme, come, mancha los pañales y reclama toda la atención. Porque durante el embarazo, la madre ha sido la protagonista de la historia pero ahora se retira al mismo plano que su compañero. Era el recipiente de un tesoro ha quedado a la luz y se convierte en el centro de la vida de toda la familia.
¿De verdad celebramos que ha nacido el que es el centro de nuestra historia? ¿Celebramos la Navidad conscientes de que formamos una familia con todos los hombres, que la Buena Noticia era para todos y no para unos pocos?
Después de esta reflexión no sé si hay una forma especial de pasar la Navidad estando embarazada. Supongo que del mismo modo que no hay dos Nacimientos iguales, aun siendo siempre la misma escena, cada embarazada sitúa su experiencia en unas vivencias particulares, probablemente la respuesta más cercana a cómo pasa la Navidad una embarazada sea que la pasa haciéndose preguntas e intentando contestarlas.”