Una conversación de sobremesa sobre perfumes me trajo ayer el recuerdo de que mi madre siempre usaba el mismo eau de parfum en momentos especiales.
Me encantaba el frasquito azul, redondo y plano en su funda de terciopelo. Tenía un olor dulzón que a mí se me hacía cálido, suave y aterciopelado en la piel y en la estela de mi madre.
Supongo que asociado a que se vestía para la ocasión, para mí más elegante y más guapa, si cabe, que de costumbre, no dudaba de que aquella fragancia colaboraba en que fuera aún más atractiva.
Hubo una época en que dejó de encontrarse en las tiendas en Madrid. Ella conservaba aquel envase y lo dosificaba como oro líquido.
En mi primer viaje a París, hace más de 20 años, ese del que escribí en otra entrada de este blog, recorrimos todas las tiendas posibles hasta encontrar una tienda donde pudimos comprarlo.
Mi madre lo guardó tanto que lo heredé intacto. Hoy he ido a buscarlo para olerlo. A pesar de que este frasco está en una caja y no en una funda de terciopelo, la nariz se me ha llenado de recuerdos.
Después me he puesto a buscar información, efectivamente ese perfume se creó en 1932 y se fabricó hasta que la casa cerró en 1956. Aunque se vendiera hasta mucho después, mientras quedaran existencias, me sorprende que pudiera encontrarlo en los 90.
Descubro que el envase era diseño de Lalique.
Parece que en 2005 los nuevos dueños de Worth relanzaron el perfume. ¿Olerá igual?