No sé si esta entrada inaugura una serie nueva o como tantos proyectos se quedará en un intento.
Mi hija me ha pedido que le vaya escribiendo un libro de anécdotas familiares, de cuando era pequeña o nosotros jóvenes o de nuestros padres (sus abuelos), episodios relevantes, curiosos o graciosos para que pueda releerlos quizá cuando ya no pueda recordarlos. Supongo que echa de menos historias que comentábamos su padre y yo y que a ella le hacían gracia o le hacían imaginar lugares y personajes que en algún momento se cruzaron en nuestro camino.
Lo pienso hacer a mano, en algún cuaderno de hojas blancas y tapas duras, a modo de Libro de Oro de Patrulla, y no creo que publique todo lo que escriba, pero este principio sí he querido que aparezca, como muestra de mi compromiso.
No va a ser nada cronológico, los recuerdos no lo son, se me vienen a la cabeza por asociaciones de ideas a veces muy evidentes y otras más retorcidas. Los que cuento hoy se han desencadenado a partir de haber mirado la publicidad del buzón.
Entre mis ojos y mi cerebro debe haber algo parecido al corrector de Whatsapp: así, ojeo un folleto de propaganda y pone “decoración colgante” y yo leo “decoración elegante”, pone “vela aromática” y leo “vela romántica”. Cierto que en la foto el adorno no me parece elegante ni distingo una vela romántica de otra que no lo sea y entonces descubro mi dislexia.
Me ha pasado toda la vida con carteles y anuncios y la verdad es que es divertido mientras no da lugar a malos entendidos.
Cuando era pequeña, mis padres me regalaron un cuento: “La abuelita en el manzano” de Mira Lobe, exactamente con la portada de la foto, fijaos en que apenas hay diferencia de tamaño ni de fuente entre el nombre de la autora y el título. No recuerdo de qué iba el cuento, pero sí me acuerdo de que durante mucho tiempo me pregunté quién era Lobe, pues según el título tenía que mirar a la abuelita, y yo no encontré nunca a ese personaje.
También cuando era pequeña iba al colegio en metro y todos los días leía el cartel en la puerta del vagón: “tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y anden”, en mayúsculas, y sin acentuar andén. Así que, hasta que supe lo que era un andén, me pasaba los días pensando que para no quedarse atascado era buena solución andar, pero que se les había olvidado decir entre qué otra cosa y el coche se podía introducir el pie.
A veces tengo la impresión de vivir en un mundo paralelo mucho más a mi medida que el supuestamente real, aunque otras veces se vuelve un poco absurdo.
Aviso: mis oídos están conectados a mi cerebro con un sistema parecido, con el agravante de que estoy algo sorda y también se ocupa de completar aquellos sonidos que faltan. Si alguna vez contesto algo incoherente no es que no os preste atención es que mi corrector está sin actualizar.