domingo, 24 de diciembre de 2017

NOSTALGIA EN VIENA



Hay sitios que nos atrapan y a los que volvemos en busca de la sensación que nos sedujo la primera vez. A veces, con la repetición, gana en matices y lo incorporamos a nuestro espacio vital, aunque no podamos visitarlo en años. 

Eso me pasaba con el café Griensteidl de Viena, un café que fue fundado en 1847 y que a principios del s. XX fue frecuentado por músicos y escritores, un café donde nada más traspasar la puerta sentía un bienestar similar al de llegar al salón de casa.



Este año he tenido la fortuna de poder visitarlo una vez más. Al entrar, la sensación fue de desconcierto, la organización del espacio no me resultó familiar, luego fui fijándome en los detalles: habían cambiado la disposición de las mesas, las paredes estaban decoradas con una exposición de fotos contemporáneas, buenas fotos, pero chocantes en un lugar tan clásico.

Nos sentamos. Camareros y clientes estaban extraídos del mismo escalón de edad y mi hija y yo nos salíamos del intervalo, lógicamente ella por debajo y yo por encima.

Los ocupantes de las mesas de nuestro entorno eran dos chicas con sendos portátiles en sendas mesas y un grupo en animada charla para mayor gloria de uno con pajarita.

Nos atendió una camarera amable, pero lejos de la ceremonia a la que nos tenían acostumbradas. La decepción fue en aumento cuando nos trajo el desayuno, habían desaparecido las bandejas plateadas donde servían el café, la tarta y el vaso de agua. Por suerte el agua no había desaparecido pero la tarta no tenía el aspecto que conocíamos, pensamos que habían innovado su aspecto, pero tampoco tenía el sabor... aunque estaba buena. Al acabar fuimos derechas a la vitrina de las tartas, no tenían la tarta que habíamos pedido, se ve que nuestro alemán deja mucho que desear y la camarera interpretó, entre las que tenía, la que más se aproximaba a lo que pronunciamos (¿?): queríamos Estherházy Torte y nos dieron Haselnuss Torte.

Quise dar una vuelta de reconocimiento por el lugar. Es un espacioso local en L, en el fondo de la rama más corta se veía la tienda de recuerdos contigua a través de unos ventanales que antes eran opacos, en la otra rama, la zona principal, habían tenido a bien decorar el techo con el dibujo de una gran ballena y en la pared del fondo, donde antes luciera un gran espejo, habían colgado un panel con ropa y complementos de la tienda adyacente por ese lado que está dedicada a objetos de diseño. Al salir reparamos que hasta le habían cambiado el nombre y que los tres locales formaban parte de un mismo proyecto de posmodernidad.

Me invadió un sentimiento de tristeza y enfado a partes iguales. Otra vez nuestro mundito desaparecía sin remedio.

Después leí que el café había cerrado en junio de este año por no poder hacer frente a un alquiler cada vez más alto.

Llevo tiempo pensando mucho sobre el paso del tiempo, las pérdidas y las transformaciones. Después de darle vueltas y asumir que es necesario pasar duelos y desprenderse de lo que se termina para poder evolucionar, creo que me gusta lo que han hecho con el Griensteidl. Mejor que cerrado y convertido en una franquicia internacional (Zara ya compite con la catedral por el protagonismo de la Stephansplatz) es abierto con el espíritu actual, seguramente los habitantes de ahora son el equivalente de los artistas de hace un siglo, seguramente Schönberg, Wolf o Zweig también resultaron desconcertantes para su tiempo.