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El Chorro de Valdesotos |
Me había guardado un día libre para el aniversario de Joaquín. Igual que el año pasado Itziar no quería hacer nada especial, aún estaba de vacaciones y su mejor plan era quedar con sus amigos.
Yo no quería acabar el día con la sensación de haberlo perdido, ni dedicarme a añoranzas estériles. Decidí irme de excursión, como hubiera hecho con Joaquín de haber tenido un "festivo" para nosotros. No quise repetir lugares en los que hubiésemos estado. Elegí un destino nuevo, lo encontré buscando "piscinas naturales" en los alrededores de Madrid: El Chorro de Valdesotos.
Quizá es la primera vez que afronto en solitario una salida sin una finalidad concreta salvo darme el gusto de ir a conocer un sitio nuevo. Escribo para ordenar la aparición continua de diferentes sensaciones que me asaltaron y, de paso, compartir mis impresiones.
El navegador del coche me llevó por un camino de asfalto descarnado, curvas y pendientes, me sorprendí disfrutando a pesar de considerar en algún momento el riesgo de estar en una carretera perdida sin cobertura de teléfono. Estaba avisada de que tenía que dejar el coche a la entrada del pueblo, así que no me extrañó encontrar una barrera que impedía el paso de coches, pero sí, y gratamente, que no hubiera ningún otro vehículo en el espacio habilitado como aparcamiento.
El bar estaba abierto y entré a tomar impulso y el pulso al lugar. El que lo atendía ni siquiera era del pueblo, me enteré por la conversación que tuvo con el único paisano que entró al bar cuando yo ya había conseguido un té con hielo a mi gusto (por algún motivo que desconozco, si pides un café con hielo te sirven un café con un vaso lleno de hielo al lado, pero si pides té con hielo te ponen un té y le echan un solo hielo). Ni preguntaron ni les expliqué mis planes, con lo que había leído supuse por dónde debía buscar el camino del Chorro y al poco dirigía mis pasos con seguridad hacia el paraje. Hacía calor y había insectos que me acompañaban zumbando cerca de mis oídos, a ratos caminaba por lo que parecía el lecho seco de un arroyo... ¿se habría secado la poza?, esquivando un obstáculo me subí por unas rocas, al bajar di un pequeño salto, me desequilibré y di con mis huesos en el suelo, incluidos los de la cara, afortunadamente las gafas no se rompieron y el accidente se quedó en un raspón en el brazo y un hematoma en el muslo, seguí andando como si nada hubiera pasado, encontré agua estancada y un poco más allá apareció el lugar, tal cual salía en la foto que me animó a visitarlo.
Reconozco que, de primeras, dudé sobre el acierto de haber querido ir allí. Por suerte no había nadie, pero eso también podía representar un peligro, por otro lado se veían demasiados restos desagradables de presencia humana... ¿había merecido la pena conducir hora y media y andar media hora más para aquello? Ya estaba allí, mi plan era darme un baño, hacía una temperatura agradable pero la poza estaba en sombra debido a las paredes verticales que la flanqueaban. Me animé a intentarlo, el agua era cristalina y el fondo, negro por ser terreno de pizarra, se veía limpio. Saqué la toalla, las sandalias, me despojé de la ropa y di los primeros pasos en el agua, estaba fría, avancé hasta sumergir las rodillas, me limpié los restos de la caída y me encontré allí sola con el frío... ¿qué hacía allí? ¿y si me pasaba algo? Respiré hondo, las piernas habían reaccionado y no pedían huir, estaba donde quería e iba a cumplir mi plan. Me quité las gafas, las dejé en una repisa de la roca, sin riesgo de caer al agua pero más a mano que mis pertenencias. Eché a nadar, 3-4 brazadas de ida y las de vuelta, no me atreví a llegar a la caída del agua, pero ya mojada me dediqué a disfrutar, por algo en los SPAs se paga por meter los pies en agua fría y por andar por un lecho de piedras. Pasaba del sol a la sombra, de pie, sentada, me tumbé flotando y mirando al cielo y agradecí haber llegado allí y
haberme quedado.
El Cubillo de Uceda |
Al poco de empezar a volver hacia el pueblo me crucé con una pareja que buscaba el lugar: "Dime que no queda mucho" me dijo él, "estáis llegando" respondí y me alegré de que me hubiera dado tiempo a irme antes de sentir que me desalojaban (aún sin querer).
Le pedí al navegador que buscara otra ruta para volver. Descubrí una iglesia con un ábside mudéjar que paré a fotografiar, por supuesto la iglesia estaba cerrada. Acabé el día pasando a visitar a una tía que tiene casa en El Vellón y ambas celebramos mucho vernos.
El día se convirtió en uno de esos para mi armario de las fotos fijas para revisar en caso de desaliento.